Cosmopolitismo
Esta es la historia de un tipo que decidió ser cosmopolita, el Marco Polo de su pueblo, como quien dice. Siempre le habían tentado las lejanías, la tierra incógnita, los enigmas asiáticos y los esplendores burgueses de la vieja Europa, la rudeza de los paisajes africanos y la blancura aterradora de los polos. "¡Qué exóticos prodigios no habrá más allá de este pueblo!", se decía. "¡Qué gran regalo debe de ser el mundo para quien pueda perderse por el mundo!"
Un día de tantos, se animó a transformar sus quimeras y anhelos en experiencias, porque vio en el periódico el anuncio de ofertas magníficas para los trotamundos y aventureros, y tuvo la impresión de que, más que una oferta publicitaria, era aquello en realidad la aparición de un duende cautivo en una lámpara maravillosa, un duende dadivoso que le preguntaba: "¿Adónde quieres ir por cuatro perras?"
En efecto, una compañía aérea alemana ofertaba vuelos entre Jerez de la Frontera y Zurich por 59 euros, entre Sevilla y Londres por 49, entre Sevilla y Austria por 59. "Hombre, no es lo mismo que ir, qué se yo, a Qurghonteppa o a Tegucipalga, pero no está mal", de modo que entró en la página web de la compañía para hacer su reserva. Pero el duende de la lámpara maravillosa parecía haberse transmutado en un extorsionista de la Mafia, ya que el vuelo más barato que encontró entre Jerez y Zurich costaba 438 euros, entre Sevilla y Londres 503 euros y entre Sevilla y Austria 548 euros. "Esto ya no es lo mismo", se dijo, de manera que siguió alimentando sus ensoñaciones de cosmopolitismo con la resignación con que lo había hecho hasta entonces, sintiéndose un esclavo del terruño nativo.
Al día siguiente, no obstante, vio en el periódico el anuncio de ofertas también fabulosas, esta vez por parte de una compañía ibérica. La propaganda era escueta y rotunda, sin detalles: Ginebra (ida y vuelta) 49 euros, París (ida y vuelta) 69 euros, Milán (ida y vuelta) 73 euros. Y se le despertó de nuevo el optimismo. "Son tres destinos buenos", se dijo, y se apresuró a entrar en la página web de la compañía con el ánimo exaltado por la inminencia de una grata aventura. De todas formas, aquella exaltación le duró poco: el vuelo más barato que encontró para ir a Ginebra ascendía a 1.676,25 euros, más gastos de emisión (entre 12 y 20 euros); el más barato para ir a París costaba 1.450,05 euros (más gastos de emisión) y 873,53 (más gastos de emisión) el vuelo más barato a Milán. "¡Esto es un fraude! Están jugando ustedes con los sueños de la gente", le dijo el cosmopolita frustrado al empleado de la compañía que atendió su llamada de protesta. "Es que para conseguir esas gangas hay que estar muy pendiente, porque son muy pocas las plazas a las que se les aplica esa tarifa, ¿me explico? Si vendiésemos más de uno o dos billetes por vuelo a ese precio, nos arruinaríamos, y nadie quiere arruinarse, ¿verdad?" Y el cosmopolita condenado a no serlo le dijo que sí, que aceptaba la explicación, pero insistió en que aquello era un fraude y, sobre todo, un mazazo a los sueños de los viajeros vocacionales.
Desde entonces, viaja todos los días y a todas horas, pero por Internet, a la espera de un chollo que le haga por fin cosmopolita. Y ya ni duerme.
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