La ley del más fuerte
Sólo un cabezazo de Shevchenko decide la primera derrota de la temporada del Barça
Aunque en San Siro continuarán diciendo que al Barcelona le falta crecer todavía un palmo y ganar un par de kilos para derrotar al Milan, los azulgrana fueron anoche más equipo que los rossoneri. El equipo de Rijkaard disputó el partido al de Ancelotti con grandeza y entereza. Al igual que tantas veces, sin embargo, decidió un gol de Shevchenko. Así son los italianos. Ya lo dijo Ancelotti: "Nosotros sí sabemos cómo jugar partidos como el que ahora se nos presenta". El más fuerte ganó, como de costumbre, al más bello. Oficio le llaman los entrenadores resultadistas. Al Barcelona le escocerá el marcador. A efectos de clasificación y autoestima, sin embargo, no debe alterar la confianza en su credo futbolístico. El partido era exigente, sobre todo desde el punto de vista del juego, y en este sentido el equipo se manejó estupendamente ante el rival que mejor podía calibrarle. No perdió el Barcelona por el fútbol, sino por los futbolistas, y especialmente por no saber medir las dos porterías.
MILAN 1 - BARCELONA 0
Milan: Dida; Cafú, Stam, Nesta, Maldini; Pirlo; Gattuso, Kaká (Serginho, m.82), Seedorf; Shevchenko (Crespo, m.88) y Filippo Inzaghi (Ambrosini, m.75).
Barcelona: Valdés; Belletti, Puyol, Oleguer, Van Bronckhorst; Xavi, Márquez, Deco; Eto'o (Iniesta, m.68), Larsson y Ronaldinho.
Goles: 1-0, minuto 30. El brasileño Cafú centra desde la banda derecha y Shevchenko gana en el salto a Belletti y cabecea a la red ante la indecisión de Víctor Valdés, que se quedó a media salida .
Árbitro: Graham Poll, inglés. Amonestó al capìtán barcelonista, Puyol.
Casi lleno en el estadio milanista de San Siro, con una asistencia cercana a los 76.000 espectadores.
Del respeto que Ancelotti tenía por el Barcelona no quedó ninguna duda cuando se cantó la alineación. Stam figuraba como titular en detrimento de Pancaro, sustituido en la cancha como lateral zurdo por Maldini, cuya posición acostumbra a ser un síntoma de la preocupación que el contrario le merece al Milan. Y el equipo italiano apareció muy armado, con una retaguardia tan fiera como veterana, convencido de que le aguardaba un partido muy serio. Igual de arremangado y apretado jugó de salida el Barcelona. Rossoneri y azulgrana juntaron mucho las líneas, y defensas y delanteros se replegaron y desplegaron todos a una. Los dos querían la pelota y, consecuentemente, cada pérdida podía significar conceder una ocasión de gol.
La creatividad y el saber estar de la línea de medios aseguraron mayormente al Barcelona la posesión del balón. Xavi y Deco son más futbolistas que Seedorf y Gattuso, y tanto Gio como Belletti ayudaron reiteradamente a los volantes para que el equipo se estirara en campo local. La paciencia de los centrocampistas contrastó, sin embargo, con la excitación de los delanteros, muy acelerados, especialmente Eto'o y Ronaldinho, que perdieron el sitio, no combinaron y apenas tiraron un par de desmarques, uno especialmente meritorio del brasileño, bien respondido por el camerunés y rematado por Larsson al larguero. La combatividad de Larsson resultaba tan estéril como los centros de Belletti, diligente en la preparación de la jugada y, por el contrario, incapaz de conectar con los puntas o la segunda línea, vencidos ante Dida.
A Cafú, en cambio, le bastó con alcanzar una vez la línea de fondo para poner un centro en el punto de penalti que los centrales y el portero azulgrana defendieron mal ante el apretón de Shevchenko, un delantero siempre enchufado a la red. A falta de entrejuego, el Milan se arrimó al campo azulgrana con los pases interiores de Kaká y también con los balones que recaudó en cada jugada dividida. Más poderoso físicamente, alcanzó con relativa frecuencia posiciones de remate y tuvo más malicia en la última maniobra, pese a que Puyol, Oleguer y Márquez laboraban bien en las marcas hasta el gol de Sheva.
El marcador obligó al Barcelona a adelantarse para suerte del Milan. A los azulgrana no les quedaba más alternativa que exponerse al juego de contragolpe rossonero, especialmente experto en matar el encuentro con el marcador a favor. El Barça, sin embargo, no se espantó. Tuvo muy buena pinta porque su concepto de juego, su forma de entender el fútbol, siempre fue futbolera. Su problema no era precisamente de racionalidad, reconocible durante todo el choque, sino que el partido demandaba un punto de excentricidad, una intervención desequilibrante, la aparición de Ronaldinho o de Eto'o. Y por ahí se le escapó la contienda.
El Milan aguardaba al Barça con hasta ocho futbolistas en el balcón del área mientras Kaká esperaba la pelota para enfilar a Valdés. Defendía siempre en superioridad numérica, dos contra uno en cada acción, y obligaba a los delanteros contrarios a jugar al pie, sin posibilidad de darle velocidad a la pelota, siempre en ataque estático. El tapón rossonero invitaba a esponjar el equipo y Rijkaard recurrió a la solución Iniesta por el problema Eto'o. El Milan, cada vez más cansado, se fue apagando. Retrocedió de manera descarada y Ancelotti tiró de Ambrossini para refrescar a la zaga, cada vez más apuntada por el Barcelona, espléndidamente dirigido por Xavi, muy capaz hasta la línea de tres cuartos. Xavi, Iniesta y Deco le hicieron un nudo al Milan. Le desgastaron y le enfilaron. Una vez apuntado, sin embargo, no supieron rematarle, entre otras cosas, porque el larguero escupió el disparo final de Iniesta.
Espléndido como equipo, el Barcelona no encontró soluciones individuales en un partido que demandaba la implicación de todos para ganarlo y requería, sobre todo, pegada, gol. A la hora de las cuentas sólo anotó el de siempre, el que no necesita ni una ocasión para marcar, el que no perdona, el que ha vivido ciento un partidos como el de ayer en Milan: Shevchenko.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.