Mancini apuesta por la elegancia
El técnico interista se rodea de su clan y aspira a que su equipo se parezca a él como jugador
Roberto Mancini (Ancona, 1967) no se pone la corbata oficial del Inter, a rayas grises y azules, sino otra completamente azul porque piensa que le sienta mejor a su rostro anguloso. Para él, la elegancia es un valor supremo. Casado y con tres hijos, Mancini se considera un tipo distinguido. Ya lo era en su época de jugador, cuando ejercía de 10 con todas sus consecuencias, y más ahora en su faceta de técnico, que empezó en el Fiorentina, continuó en el Lazio y ha alcanzado la cima en el Inter, a sus 37 años. Se siente muy preparado tácticamente porque, ya de futbolista, llevaba un entrenador en el cuerpo: trabó una intensa relación con los técnicos Vujadin Boskov, en el Sampdoria, y Sven Goran Eriksson, en el Lazio. Y en el Sampdoria coincidió con Carboni, rival esta noche en Mestalla, perdiendo ambos la final de la Recopa de Europa ante el Barça de Cruyff en 1989.
Mancini quiere un Inter que juegue al toque de Verón, derroche la calidad técnica de Van der Meyde y ataque con el espectáculo de las torres Adriano y Vieri. El gigante, no obstante, se le tambalea por la base: el técnico desconfía de la portería (el domingo mandó a Toldo al banquillo) y de la defensa (los centrales Materazzi y Córdoba tampoco le ofrecen garantías). El Inter ha recibido 11 goles en su Liga, cinco más que a estas alturas del curso pasado con Héctor Cúper, si bien también ha marcado seis tantos más. El resultado es un punto más que con el preparador argentino, pero con un juego mucho más colorido y un ambiente más optimista. Todo eso lo observa Cúper, que sigue en la nómina del Inter hasta junio, cobra sus 3,2 millones anuales y toca el saxofón en su mansión de Como, a 15 kilómetros de donde se entrena su ex equipo.
Ojito derecho del dueño del club, Massimo Moratti, que lo adoraba ya en su época de jugador, Mancini es un hombre de amistades fuertes. E incluso de clanes. Tenía 15 años cuando, jugando en el Bolonia, conoció al fisioterapeuta Sergio Viganó, que hoy le acompaña en el Inter y es una especie de gurú del vestuario. No es el único. También han llegado de su mano Stankovic, Mihajlovic, Favalli, Verón, Zé María... Protege a su grupo y éste le corresponde. Vieri es otro de sus buenos amigos. El pasado verano navegaron juntos en el barco del técnico y eso disgustó a Moratti, que expresó su deseo de que Martins (ahora lesionado) acompañara a Adriano en el ataque en detrimento de Vieri. Pero Vieri marcó el domingo ante el Udinese tras seis meses de sequía y, entonces, declaró: "Mancini se ha portado conmigo como un amigo, no como un entrenador".
No sentirá lo mismo el portero Toldo, casualmente el héroe de las dos últimas eliminatorias del Inter en Mestalla. No le gusta a Mancini porque no sale del área. Así que es probable que actúe esta noche Fontana, un veterano de mil batallas que ha advertido con sorna: "Si a los 37 años debuto en la Champions, a los 43 puedo hacerlo en la selección". Otro portero del Inter, el lesionado Alex Cordaz, idolatra tanto a Cañizares que suele subirse las medias hasta las rodillas, coloca su toalla al lado de la portería y se tiñe el pelo de rubio.
Mancini hace que su equipo se entrene el mismo día del partido. Quiere que sus jugadores estén despiertos. Está convencido de que Verón volverá a destapar la creatividad que exhibió en el Lazio mientras que recela de Davids como recuperador. Prefiere a Cambiasso y a Cristiano Zanetti. Sobre quien no alberga duda alguna es sobre Adriano, que suma 11 goles en este arranque de campeonato: cinco en la Liga y seis en la Liga de Campeones. Es una fuerza de la naturaleza que no ha descansado en todo el verano (ganó la Copa América con Brasil) y que el sábado pasado aterrizó en Milán a las 7.30 de la mañana procedente de un partido de su selección, se entrenó a las 10.30 y, un día después, marcó dos golazos al Udinese. Con 22 años.
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