Shevchenko, el intocable
Berlusconi siente devoción por uno de los mejores goleadores y aspirante al Balón de Oro

Entre todos los jugadores del Milan hay dos que Silvio Berlusconi considera intocables. Uno es el eterno Maldini, que ya era titular en 1986, cuando el entonces magnate de la televisión compró el club. El otro es Shevchenko. Quizá ayude el hecho de que el presidente y el futbolista celebren su cumpleaños el mismo día, el 29 de septiembre, pero la devoción de Berlusconi por el ucranio se debe sobre todo a que reconoce en él las virtudes que busca en sus empleados: fidelidad a la empresa, disciplina, iniciativa individual y ambición sin límites. Shevchenko es uno de los tres o cuatro mejores goleadores del mundo. Si hay alguien insustituible en el Milan ése es Shevchenko.
Cuando reventó la central nuclear de Chernóbil, en abril de 1986, el pequeño Shevchenko fue uno más entre decenas de miles de afectados. Le evacuaron de Kiev y le internaron en un hospital para comprobar que no había sufrido daños por las radiaciones radiactivas. A diferencia de los otros evacuados, sin embargo, a él le seguía una sombra: Alexandre Shpakov, un técnico del Dinamo de Kiev que le había descubierto pocos meses antes, sabía que tenía entre manos una joya y encargó a un empleado que le vigilara de cerca y se asegurara de que le cuidaban bien.
Shevchenko quemó etapas a toda velocidad. El mítico Valery Lobanovsky, ex seleccionador nacional soviético, le hizo debutar con el Dinamo a los 16 años y en el curso siguiente se estrenó en la Liga de Campeones en un encuentro contra el Bayern. Ya era un veterano con cinco temporadas a la espalda cuando los aficionados europeos se quedaron con su nombre, el 5 de noviembre de 1998, precisamente en el Camp Nou. Shevchenko rompió todas las costuras del Barcelona y marcó tres de los cuatro goles de su equipo. En la campaña siguiente le marcó otros tres, en dos encuentros, al Madrid.
Los mayores clubes del continente pujaron por Shevchenko, pero fue el Milan de Berlusconi quien se quedó con él por unos 24.000 euros. En su primera temporada, la 1999-2000, anotó 24 goles. Y otros 24 en la segunda. El hueco dejado por el holandés Van Basten en el corazón milanista quedaba cubierto.
Shevchenko no es un delantero especialmente rompedor -mide 1,85 metros y pesa sólo 75 kilos-, apenas coopera en el juego de equipo y puede parecer ausente durante largos minutos. Su estilo es el de su ídolo, Romario: está para asestar el último golpe al balón o como mucho el penúltimo. Aunque no tiene en los pies su seda, es más rápido que el brasileño en el contragolpe, cabecea muy bien, dispara en las posiciones más inverosímiles y es frío como un verdugo. Ya ha alcanzado el éxito y ganado mucho dinero. Sólo le falta un Balón de Oro y no oculta que quiere conseguirlo. Su selección, Ucrania, no ofrece demasiadas oportunidades para el lucimiento. Debe exhibirse, por tanto, en la Liga de Campeones, una competición en la que resulta temible. Los barcelonistas lo saben muy bien.

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