Regresa la corbata
Indicios merecedores de crédito sugieren que vuelve, aunque más cautelosamente que cuando se fue, el uso de la corbata. Regresa junto a ceremonias que parecían condenadas a la desaparición, prendas cuya defunción estaba certificada y escondida en un rincón del Museo del Traje, como el chaqué, reaparecen en festejos familiares de alta, media e incluso baja alcurnia, especialmente en celebraciones matrimoniales, por ahora de sexo distinto. El frac menudea en las recepciones de alto copete, desde las que tienen lugar en el palacio Real hasta las que se ofrecen a los altos dignatarios extranjeros que nos visitan, incluyendo a los funcionarios de la ONU. Ocioso es decir que, paralelamente, florece con vigor inusitado la alta costura femenina. Las viejas glorias, Balenciaga, Chanel, Dior, Lanvin, Bastida, Berhanyer se regocijan en su olimpo ante la copiosa descendencia que han popularizado las pasarelas. En realidad, antes no las había sino discretas exhibiciones ante una clientela fiel, escasa y generalmente rolliza. Todo esto para contento y prosperidad de sastres y modistas.
La corbata ataca de nuevo. En los comercios y boutiques masculinas se ha hecho con un espacio digno en sus escaparates y tenemos en Madrid varias tiendas que venden, exclusivamente, esta prenda puramente ornamental. Decir que están por los suelos no es expresión peyorativa sino que, en lugares estratégicos, en las mejores esquinas y estaciones de metro, el floreciente gremio del top manta las comparte con bufandas, pañuelos de cuello y bolsos falsificados, con idéntico aspecto de los originales y mucho más baratos. Estos volantes muestrarios están incorporados al paisaje ciudadano; se plantan en un periquete y los recogen cuando aparecen los guardias, tan poco eficaces como los guindillas de La verbena de la Paloma.
Estuvo a punto de extinguirse, arrollada por la antimoda de no llevarla, hasta el punto de que era difícil encontrar, por ejemplo, una corbata negra, para ese funeral en el que deseábamos quedar bien con los deudos del difunto. Pero aquí tenemos, de nuevo, la más inútil prenda en el atuendo varonil, sobre cuyo origen no se han puesto de acuerdo los expertos. Lo más probable es que se tratara de una cinta distintiva, de vivo color, anudada bajo la barba de los feroces jinetes croatas lanzados al ataque. La avasalladora potencia de la moda trae entre sus espumas el jirón de seda, de punto, de algodón o fibra que se creyó desahuciado como las ridículas ligas de los hombres -nunca sustituidas por calcetines que se mantengan sujetos a la pantorrilla- los trajes del doctor Rasurell o las fajas, enaguas o combinaciones de las señoras. Algún día hablaremos de los sombreros femeninos, otro interesante revival.
Según los oráculos de la nueva modernidad, hay que arrinconar la burda anchura que las hacían parecer un peto con mangas y el nudo grueso y mal hecho que han lucido algunos prohombres del Gobierno anterior, quizás por no estar previstos los servicios de un eficiente ayuda de cámara. Pronostican el esbelto perfil delgado, como una angula abrazada al pescuezo y el clásico nudo Windsor.
En la vida corriente solo algún snob deliberado prescinde del adminículo que, si está debidamente elegido, confirma una elegancia aceptable. En la pantalla televisiva, madre de todos los vicios y virtudes sociales, advertimos una decidida recuperación. El presentador Lorenzo Milá, pionero del más acendrado sincorbatismo, nos ha sorprendido en fechas recientes luciendo discretas y bien elegidas corbatas, lo que suponemos que forma parte de la profunda renovación en el llamado Ente, que tuvo extravagante y simpático precedente en José María Carrascal. Debe ser síntoma de algo más profundo, aunque no he conseguido averiguar de qué.
Es un hecho, una realidad percibida incluso en los vagones del metro y, a no tardar, llegará a las redacciones de los medios de comunicación. Las inmediatas generaciones han de ir haciéndose a la idea de llevar corbata. Y felices, porque lo que no volverá es el cuello almidonado, el cuello duro, unido a la tirilla de la camisa con específicos ojales y botones.
Lo del cuello Mao fue, simplemente, una justa rebelión ante aquel suplicio injustificado. Aceptémosla de buen grado, es lo mejor.
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