La Ópera de Viena recupera la versión original y sin cortes de 'Don Carlos', de Verdi
La obra, en francés, fue mutilada en su estreno en París en 1867 por su larga duración
La Ópera de Viena acogerá mañana el estreno mundial de una ópera de Verdi. La primera versión en francés y sin cortes -cinco horas de duración- de Don Carlos, que Verdi escribió sin llegar a escucharla en su totalidad, subirá en Viena a un escenario por primera vez bajo la dirección musical del francés Bertrand de Billy, con las voces del tenor Ramón Vargas, el bajo Allastair Milles, la soprano Iano Tamar, la mezzosoprano Nadja Michael, el barítono Bo Skovhus y el bajo Simon Yang, en una innovadora puesta en escena del alemán Peter Konwitschny.
A diferencia del Don Carlos en italiano, versión habitual en los teatros de ópera y que Verdi redujo a cuatro actos para estrenarlo en Milán en 1884, la versión original, que el músico italiano compuso en 1867 especialmente para la Ópera de París, tiene cinco actos y dura cinco horas. En 1996, el Teatro Châtelet de París, junto con el Covent Garden de Londres, la Monnaie de Bruselas y las ópera de Niza y Lyón, recuperaron la versión francesa de Don Carlos, pero tal y como se estrenó en 1867 en París tras los recortes que el teatro obligó a hacer a Verdi por la larga duración de la obra.
"Ésta es una epopeya que lo abarca todo, y se necesita tiempo para relatarla", comenta el siempre polémico director de escena alemán Peter Konwitschny. Pero en 1867 Verdi no pudo imponer su convicción al director de la Ópera de París. Ya durante los ensayos, los administradores constataron que la función duraría demasiado, el telón se bajaría pasada la medianoche y los espectadores no alcanzarían a tomar el último tren de cercanías. Descartaron la posibilidad de iniciar el espectáculo más temprano, porque había que respetar el horario habitual de la cena. Así que a Verdi no le quedó más remedio que amputar su propia obra. Para empezar, le quitó el primer acto, que transcurre en los bosques de Fontainebleau, en París, donde un coro de leñadores lamenta las miserias que padece toda la población a raíz de la guerra entre Francia y España. Es aquí donde aparecen por primera vez Isabel y luego el infante Don Carlos, donde se enamoran a primera vista y donde llega la frustración al darse a conocer que Isabel tendrá que contraer matrimonio con Felipe II, rey de España y padre de Carlos.
Es el punto de partida para la tragedia de amor que va a entrelazarse con un drama de poder entre las intrigas, la Inquisición y el ideal de libertad. Musicalmente, a través de este primer acto "se crea desde la primera nota otra atmósfera", constata el director de orquesta francés Bertrand de Billy, ex director musical del Liceo de Barcelona, en el diario Die Presse, y también el contenido cambia, porque "el acto de Fontainebleau confiere a esta ópera una dimensión más política. Es el hambre de su pueblo el que conduce a Isabel a casarse con Felipe, el hombre que no ama". Llega a la conclusión de que no se trata tan sólo de otra versión de Don Carlos. "Esta es otra ópera", asegura.
Los personajes se perfilan con mayor exactitud y las relaciones entre ellos son más nítidas gracias a la prolongación de varios dúos que sirven de explicación. Al mismo tiempo, "la presencia de coros y dos orquestas que se desplazan detrás de los bastidores aportan nuevas dimensiones", explicó el madrileño Guillermo García Calvo, director de una de dichas orquestas.
Mínima escenografía
El director de escena Peter Konwitschny ha reducido al mínimo la escenografía para destacar la fuerza de la expresión corporal de los cantantes, a los que hace incluso bailar en el ballet el sueño de Eboli, un entremés que también había desaparecido antes del estreno de la ópera en París. El polémico director alemán hace del sueño de la princesa una verdadera sorpresa. Transforma el ballet en una escena cómica que representa el paraíso soñado por la pequeña burguesía de nuestra época. A partir de este momento, Konwitschny empieza a mezclar la visión histórica de Don Carlos con la realidad contemporánea y llega a involucrar al público con la ficción. Durante un intervalo, los salones de descanso de la Ópera de Viena, desde el buffet a las escalinatas, se convierten en escenario para la llegada de los reyes, del gran Inquisidor y de los verdugos maltratando a los prisioneros. Entonces el público se ve a sí mismo haciendo el papel de la multitud expectante e inoperante, mientras en la platea llueven panfletos con fotos de pelotones de fusilamiento, que bien pueden recordar a la II Guerra Mundial como otros momentos fatales de la historia más cercana.
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