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DON DE GENTES
Columna
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Fondo de reptiles

Elvira Lindo

DIGAMOS LA VERDAD, aunque dolorosa sea: ni en Jauja atan a los perros con longanizas ni en Nueva York tiran a los caimanes por el agujero del water. Muchos son los españoles que nada más llegar te informan de que los americanos, ese pueblo infantil, se compran caimanes, y cuando el caimán es pequeñito todo son mimos; pero en cuanto el caimán crece, los americanos, pueblo sin piedad, tiran al caimán por el water, y el caimán, no se sabe cómo, se cuela por las tuberías hasta llegar, tampoco se sabe por qué, al metro; allí se encuentra a otros caimanes, y entonces, dada la comprensible felicidad del encuentro, se aparea. Los caimanes, dicen los españoles, se han hecho mutantes y han aprendido a agacharse cuando pasan los trenes. Y los chinos, que nunca mueren, se meten entre las vías y cazan caimanes para hacer chop suey de caimán, plato típico que te comes en Chinatown después de comprarte falsificaciones Tiffany's. Lo alucinante es que cada español que te cuenta esta historia lo hace como si fuera la primera vez que se narrara en el planeta Tierra. Afortunadamente, aquí estoy yo para ir desentrañando esa maraña de tópicos que circulan sobre el complejo pueblo americano. El otro día fui noticia, salí en el New York Times. Yo siempre estoy allí donde la noticia se produce, y no porque persiga la noticia, eso lo hacen reporterillos en prácticas, sino de chiripa. Iba con mi pequeño yorkshire en brazos sentadita en el metro después de que una anciana decrépita se empeñara en dejarme el sitio, cuando veo que los pasajeros se han quedado paralizados mirando a un punto del vagón. Cuando los americanos, ese pueblo infantil, se sienten interesados por algo es porque se trata de algo superfuerte, ya que normalmente son expertos en la práctica del Sudaísmo, que es una filosofía muy practicada aquí que consiste en que todo te la suda. Salí del vagón y lo que vi no me decepcionó ni un ápice: una serpiente, concretamente una boa constrictor, estaba enrollada a uno de los salientes del tren. La anciana que me había dejado el sitio tuvo un momento Gorilas en la niebla y quiso rescatar al reptil, pero algunos pasajeros sensatamente la sujetaron. El tren se quedó paralizado. 4.56 de la tarde. Gran Central Station de bote en bote. Ésta que les escribe, allí, consciente de estar viviendo un suceso histórico. El conductor del metro tranquilizó a los pasajeros. No porque los pasajeros temieran por su vida, los pasajeros temían por la vida de la serpiente. El pueblo americano es de una generosidad sin límites. Ya llegan los servicios de rescate, dijo el conductor. Pero las horas de la serpiente, ay, estaban contadas. De pronto, otro tren entró por la vía adyacente y la serpiente fue seccionada limpiamente en rodajas, lo que provocó que las mujeres se taparan los ojos, los hombres miraran al suelo y todos exclamaran: "¡Oh, my God!". Esta misma mañana, ahí estaba yo, en el New York Times, en una foto de los pasajeros implicados, bien es cierto que no se me ve porque me tapó la vieja (a ver si se muere y nos deja tranquilos), y bien es cierto que en el artículo no sale mi nombre (aunque se lo di varias veces al reportero); pero cuando habla de "los pasajeros", siento que estoy ahí. Como una más. Lo que parece claro es que alguien abandonó a la boa en una bolsa. Los americanos, cuando las boas son cachorras, las quieren como si fueran de su sangre, pero cuando crecen, si te he visto no me acuerdo. Con los hijos hacen lo mismo. La conclusión que yo saco del simpático suceso de la boa constrictor es que los neoyorquinos no tiran a sus reptiles por el water, como sostiene el pueblo español, sino que los abandonan directamente en el metro a fin de que los servicios de rescate se los lleven al Zoo del Bronx, que por eso está lleno de los reptiles (los que han sobrevivido a las cacerías chinas). Aquí, en Nueva York, hay mucho animal. En la ferretería de abajo, al lado de las escobillas del water, hay pequeños cepos para los ratones caseros. Dos chicas discutían ayer sobre cuál de los dos cepos era más eficaz con la misma naturalidad con que estarían hablando de detergentes. A mí me encantan las ferreterías y me encapriché con los cepos (culo veo culo quiero). Compré seis. Tenía invitados en casa y se me ocurrió que una idea original de ofrecer el queso manchego (que ya se vende en todas partes) era servir cada ración en un cepo. Los invitados tenían que ser rápidos para que el cepo no les pillara el dedo (te lo destroza), pero lo encontraron de un simbolismo furioso en esta ciudad en la que a cada residente le corresponden seis ratas y donde los porteros del Upper West Side han protestado al Ayuntamiento porque se les cuelan los roedores y han de mantener el portal cerrado todo el día. Aun así, dicen los porteros, las ratas se ponen de pie con sus patitas pegadas contra el cristal, que da pena verlas. Por otra parte, las ardillas de Nueva York, ese rata con rabo que tanto fascina a los turistas españoles me parece igual de repugnante, injustamente sobrevalorada. Lo que ocurre es que la ardilla ha perdido el miedo al humano y se te acerca para que le eches un trozo de hot dog o un chicle Bazooka y los turistas dicen: qué ideal. En el metro hay unos carteles inquietantes donde aparece una ardilla sin rabo (rata) y se pide a los residentes que aten las bolsas de basura para que la ciudad no sea definitivamente dominio de las ratas. Todo esto lo cuento porque mi familia ha amenazado con venir a verme. A ver si con dos artículos más sobre el tema les quito esa idea de la cabeza.

Vista de Nueva York desde Central Park.
Vista de Nueva York desde Central Park.REUTERS

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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