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Columna
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Fama y justicia

Hay ya quien ha sugerido que sería conveniente crear un juzgado específico para los famosos, esa nueva categoría social que engloba a todas las categorías sociales: desde un domador de leones hasta la mujer de la limpieza del domador de leones, en el caso afortunado de que el domador de leones oculte una intimidad que merezca ser contada por su limpiadora en algún programa televisivo especializado en popularizar intimidades, a ser posible escabrosas. A fin de cuentas, en nuestros días no es famoso quien puede, sino quien quiere: la fama se ha convertido en un acto de voluntad, de modo y manera que un porcentaje significativo de la población española ha alcanzado la fama a fuerza de tesón, ya que, al fin y al cabo, el único requisito indispensable para ser famoso consiste en ser previamente un don nadie.

Pero la fama no sólo acarrea esplendores intrínsecos, sino también contratiempos extrínsecos. En principio, la esencia de la fama moderna suele ser de índole no sólo frágil, sino además muy exótica: basta con ser el chófer lenguaraz de la madre célebre de la hija anodina de un ex guardia civil anónimo para alcanzar la fama instantánea, esa fama de la que ya disfrutaban la madre, la hija y el yerno de la madre de la hija; basta con pasar media hora en la cama de un futbolista o de un torero para que una muchacha se haga famosa, basta con ser el padre o la madre de un concursante televisivo fracasado para convertirse en una presencia asidua en los platós y en las revistas ilustradas, tribunas idóneas para divulgar cosmologías. En segundo lugar, el gremio de famosos se ve obligado a mantener su fama mediante la matonería y la disputa, que resulta un modo infalible de ganarse el favor del vulgo popular, según expresión acuñada por la difunta Lola Flores. En tercer lugar, no hay sitio para tantos famosos (a diario suele surgir una docena), y los famosos veteranos tienen que desplegar habilidades insólitas para no ser desplazados del negocio mediático por los famosos advenedizos. Este trío de circunstancias hace, en fin, que los famosos tengan siempre un as en la manga: el de la Justicia. "Tu madre era la madame de un burdel de Valladolid", le dice un famoso a una famosa, a lo que la famosa replica: "Y tu padre un contrabandista en Algeciras", de modo que el famoso dice: "Eso tendrás que demostrarlo en un juzgado, porque voy a ponerte una querella", y la famosa concluye: "Lo mismo te digo, porque esto voy a ponerlo en manos de mis abogados".

Creo yo, no sé, que el colapso de la Justicia se debe a los famosos, que se pasan un tercio de la vida en las pantallas de televisión, otro tercio en los juzgados y otro tercio cabe suponer que durmiendo, a Dios gracias. "¿Has sido víctima de malos tratos por parte de tu novio?", le preguntaba ayer una presentadora a una ex concursante. La muchacha dudó, hasta que dio con la respuesta acertada: "Sí. Una noche, en una discoteca, me dio un tirón y me rompió el asa del bolso". La presentadora le preguntó entonces: "¿Piensas denunciarlo?" La maltratada sollozó: "Sí. Creo que sí". Y un caso más para los jueces: el escalofriante caso del bolso con el asa rota.

"Eres una perra de los callejones", le dice un famoso a una famosa. "Y tú un narcotraficante". Y al juzgado de cabeza. Y así sucesivamente.

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