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Reportaje:

La mejor pedrería de la India recala en palacio

Una exposición recoge cuatro centenares de obras de arte suntuario indo-mogol

El Palacio Real de Madrid abre hoy sus puertas a una exposición marcada por la belleza y la magnificencia, inaugurada en la tarde del lunes por los Reyes de España. Casi cuatro centenares de obras de arte suntuario e islámico indo-mogol, principalmente joyas regias de los siglos XVI y XVII surgidas tras un cuarto de siglo de colección por el jeque Nasser Al Sabah de Kuwait en el museo nacional Dar al Atar al Islamiyah, se exhiben en la sala de muestras temporales del palacio madrileño hasta el 9 de enero.

De sus muros penden paneles con láminas en las que se da noticia pictórica de episodios donde figura la joyería allí mostrada, en vitrinas herméticas desde cuyo interior destella el fulgor de una estética excepcional. Brota ésta con fuerza por la feliz combinación de, al menos, cuatro ingredientes: la calidad de las piedras preciosas de la India; la artesanía, cosmopolita y de cuño islámico, empleada para domeñar el caprichoso escorzo de sus formas brutas; la finura persa de los estilos ornamentales en ellas aplicados; y la sensibilidad árabe necesaria para coleccionar y seleccionar las mejores de las 20.000 piezas que componen el patrimonio del museo nacional del emirato del Golfo. Y todo ello con la impronta previa dada por los reyes guerreros de las mesetas del Asia Central -con China en el horizonte- que ocuparon a sangre y fuego la India en el siglo XVI pero tuvieron, empero, tiempo para encomendar a los mejores orfebres de la época su delicado diseño y magistral hechura.

Las piezas han sido seleccionadas entre las 20.000 que atesora el museo de Kuwait

La primera sorpresa que Tesoro del mundo, el Arte de la Joyería en la India Mogola provoca en el visitante es la intensidad de su policromía: es tanta, que la condición pétrea de los objetos exhibidos parece desvanecerse y trocarse en un torrente cromático que fluyera de ellos, líquido, de manera incesante. Es este fluir el que comunica con un hilo aúreo cada una de las trece secciones en las que la muestra ha sido dividida por su comisario, el estadounidense Manuel Keene: engaste, embutido, repujado, piedras duras, damasquinado, cincelado...

La esmeralda, con su verde transparente, parece ser la protagonista de la exposición, pero no le van a la zaga los granates, ni los topacios, ni la rica plata labrada a cincel, ni el magnificente oro que, tratado con una técnica denominada kundan, genera en su seno una viscosidad molecular que procura a los engastes trabazón casi eterna.

Colores insondables, como los que tachonan los estrellados cielos de la India, bañan de mil tonos los objetos suntuarios reunidos: sobre collares, pulseras, brazaletes, colgantes y vasos resaltan las dagas, de empuñaduras recamadas de pedrería, no menos ricas que sus combadas vainas. En algunas, por cierto, se esbozan ya incipientes cazoletas como las que rubricaron la espadería de la misma Europa que, en el siglo XVI, entró en contacto con la India occidental, el Decán. De Europa le llegó la artesanía del esmaltado, cuyo tratamiento alcanzó allí cotas de excelencia.

En esta mixtura de sensibilidad y de culturas, tan feraz entonces -y tan necesaria siempre-, se inserta la exposición: India, Persia, China, más su troquel árabo-kuwaití e islámico, cristalizan en Madrid su feliz compendio, que Patrimonio Nacional, según admite su presidente, el duque de San Carlos, ha recibido por la amistosa deferencia regia del jeque Nasser Al Sabah. La directora del museo kuwaití, Hussa al Sabah, señaló que tres de las 70 joyas del ajuar, robado durante la invasión de Kuwait y recuperado luego, nunca aparecieron. Antes había subrayado la universalidad de su belleza.

Espinelas con linaje

La apariencia de duración eterna con que las piedras preciosas suelen hechizar llevó a algunos monarcas mogoles, ensoñados en los horizontes infinitos de las estepas centroasiáticas, a inscribir sus nombres y los de sus linajes sobre las facetas pétreas, para así, pensaban, trascender. Seguían una tradición mesopotámica heredada por los timuríes, sus predecesores.

Una de las más extraordinarias gemas de esta clase se presenta en el Palacio Real: lleva por primera inscripción (antes del 1449) la del timurí Ulug Beg -nombre derivado quizá del vikingo ulf, lobo, como la centroasiática Samarcanda, smarkand-, del linaje del Tamerlán visitado por el español Rui González de Clavijo entre 1403 y 1406 por embajada del rey castellano Enrique III. Incluye además el nombre, también grabado con diamante, del persa Abbas I, más los de los mogoles Yahangir, Yahan, Aurangzeb y del persa Ahmad, éste en torno a 1755.

Las gemas, denominadas espinelas o rubíes de balaj, sugieren a algunos un origen iranio, baluch -fuego y, por extensión, rojo-. Cabe comprobar su belleza a diario de 9.30 a 17.00, y domingos y festivos entre las 9.00 y las 14.00

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