"¡Viva la república!"
Cuando la revolución del 5 de octubre de 1910 se llevó por delante la podrida monarquía portuguesa, uno de los heridos agonizaba junto a un edificio de Lisboa. Estaba solo y no podían socorrerlo en medio del fuego cruzado. Entonces, con su sangre escribió en la pared: "Viva la República". "Ese hombre humilde, que no ha registrado la historia -nos cuenta Saramago, en el prólogo de unos relatos palestinos-, escribió república y murió, y fue como si hubiera escrito esperanza, futuro, paz. No tenía otro testamento, no dejaba riquezas, sólo una palabra que significaba dignidad, eso que no se vende ni se deja comprar". Escribir viva la República, es escribir viva la dignidad, escribirla en la pared o en un cuaderno infantil, como Liana Jalil. Por la mañana, Liana Jalil, salió a brincos hacia su escuela, abrió su cuaderno por donde había escrito esperanza y era una mariposa de alas azules que agitaba sobre su cabeza y se le iluminaba con el sol. Quizá, por eso, Liana Jalil no vio aquel Apache de aristas letales que invadía el resto del cielo de Yabalia. El piloto israelí del Apache no estaba adiestrado para escribir: sus dedos tamborileaban, inquietos y ávidos, sobre los disparadores de las ametralladoras y los lanzamisiles. Y de pronto, los oprimió enérgicamente. Entre los destellos de la luz matinal había observado cómo se le echaba encima el riesgo de aquella esperanza de alas azules, grandes y crecientes. Hubo una explosión y la mariposa quedó pulverizada. Luego, el piloto del Apache descendió hasta contemplar sobre los muros de un huerto los intestinos de la niña suicida. Mensajes escritos con sangre y vísceras, dicen que aparecen todos los días en las nobles paredes de la ONU. Pero de inmediato, una legión de negros, hispanos y vagabundos proceden a su limpieza. Los que llegan por correo regular son clasificados minuciosamente, según la naturaleza de la denuncia. Por las noches, un tren de contenedores los transportan por las galerías subterráneas hasta los incineradores y los arrojan al fuego. Como si sus remitentes fueran ya cadáveres.
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