Renée Fleming incorpora a la ópera la libertad y la improvisación del jazz
La soprano actúa en Madrid y Barcelona
Es una tímida enfermiza. Cuesta Dios y ayuda arrancar a Renée Fleming (Indiana, Pensilvania, 1959) alguna respuesta por teléfono que contenga más de una frase, más de una palabra... Hay que preguntar dos, tres veces, insistir, y aun así enseguida pide permiso para cortar. Toda la seguridad que demuestra la soprano en el escenario y en la solidez envolvente de su voz -la que tratará de exhibir hoy en el Teatro Real de Madrid y el jueves en el Palau de la Música de Barcelona- la vende cara en las entrevistas.
Resulta difícil abrir sus cajas chinas a esta auténtica estrella lírica de hoy, adentrarse en ella, sonsacarle teorías sobre la música que interpreta o sobre los retos de cada papel. Una cosa es segura. Estaba predestinada a la música desde niña, aunque se diera cuenta tarde. Su madre -profesora de canto, como su padre- ha dicho que aprendió a cantar antes que a hablar, en Rochester, su hogar de un pueblecito de Nueva York. "En casa las conversaciones sobre música eran el pan de cada día. A mí ni me interesaban la mayoría de las veces, pero llegó un momento en el que me di cuenta de que todo lo que allí se hablaba me había marcado", dice Fleming.Desde que debutó en la Ópera de Houston en 1988, con la condesa mozartiana de Las bodas de Fígaro, prefiere explicarse en el escenario y no más allá.
La música ha sido su tabla de salvación constante, cuando trataba de superar sus complejos en el instituto, donde era la típica chica que nadie quería sacar a bailar, mataba su rabia componiendo canciones encerrada en su cuarto. También elige la música para sus compromisos políticos y sociales, porque se evade para contestar ese tipo de preguntas. "No quiero hablar de eso. Tan sólo puedo decirle que me entristece y me irrita mucho la guerra en Irak. Me habría gustado evitarla", responde cuando se le plantea si la campaña electoral en su país está dividiendo más que nunca a la gente. En eso, también se limita a cantar, como hizo ante las ruinas humeantes de la zona cero, en Nueva York, pocos días después del hundimiento de las Torres Gemelas.
Allí entonó Amazing grace en un oficio. Tampoco podían haber llamado a otra. Ella es la diva americana por excelencia, la voz mimada de Estados Unidos, que cuenta hasta con un postre con su nombre en el restaurante de lujo del Metropolitan a base de mezclas de chocolate y que se llama Diva Renée. Es la buena chica, la cantante modélica aunque ella lo deteste y así lo admita: "Odio ser doña Perfecta", ha dicho alguna vez.
Nuevos públicos
Hubo un tiempo en que cantaba jazz en algún garito y eso también lo aplica hoy a la ópera: "Cantaba con un trío cosas de Gershwin y Cole Porter, puro repertorio. De esa experiencia aprendí la libertad y el sentido de improvisación que trato de aplicar como cantante a la ópera", confiesa. Aun así, duda sobre las mezclas. Se pregunta qué debe hacer para buscar nuevos públicos, si es lícito o conveniente ensanchar los repertorios, adentrarse en los crossovers, esos popurrís hacia los que las discográficas empujan a las estrellas de la ópera frecuentemente. De lo que sí está segura es de lo que le preocupa llenar las salas de conciertos: "En Estados Unidos los auditorios se hunden. El problema preocupa a las discográficas y a los profesionales pero la clave es la educación: necesitamos enseñar música de otra manera".
Le obsesiona el precio que debe pagar por su carrera. Lo difícil que le resulta compaginar trabajo y familia, el trauma que supuso su divorcio, las piruetas que hace para estar cerca de sus hijas y lo duro que resulta para los hombres mantener una relación con alguien que lleva una vida como la suya. Ahora se toma las cosas con mucha más calma que al principio. Acepta sólo dos óperas al año. "Esta temporada haré Capriccio, de Strauss, y Otello, de Verdi. Pero eso no quiere decir que cante menos, actúo más con recitales que no me obligan a vivir temporadas largas en una ciudad que no es la mía pero me permiten viajar con frecuencia, que es lo que más me gusta del mundo".
Quizá por eso, por esa mezcla de ansias de tranquilidad y amor a los placeres le ha cogido bien el gusto a Händel, del que acaba de grabar un disco de arias: "Se está haciendo muy popular, su música es directa y por eso atrae a la gente. A la vez, su lentitud, su serenidad viene bien para estos tiempos", afirma. Händel está en el variado y atractivo programa de sus dos recitales en España -que hará dirigida por Jesús López Cobos y con la orquesta titular del Teatro Real- junto a otros compositores: Mozart, Korngold, Gershwin, Previn, Barber, Verdi, Puccini, Dvorak y Strauss, otra de sus debilidades. "El lenguaje musical de Strauss siempre ha encajado perfectamente con mi voz. Me encanta su densidad y su dramatismo, están más allá de todo".
Babelia
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