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Reportaje:REPORTAJE

Oro negro en aguas profundas

Con el barril de crudo brent (el de referencia en Europa) cada vez más cerca de los 50 dólares, y con los ministros de Economía de todo el mundo haciendo cálculos para que la imparable subida de precios no les descabalen las cuentas públicas, la exploración y extracción de petróleo submarino, a veces frenada por los altos costes de explotación, adquiere especial relevancia. A la luz de los recientes acontecimientos, cobran particular actualidad cuestiones como éstas: ¿Cuáles son los resultados obtenidos?, ¿qué precio se ha pagado por ello? y ¿qué futuro se prevé?

Hace 50 años los fondos marinos constituían una zona insondable y misteriosa, prácticamente tan desconocida como la Luna. Océanos y mares, que cubren más del 70% de la superficie del planeta, representaban una vasta zona de sombra, la verdadera cara oculta de la Tierra. Sólo a partir de la segunda mitad del siglo XX la innovación tecnológica ha permitido levantar parcialmente el velo.

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Dicha innovación no sólo ha acarreado revoluciones del conocimiento científico, como la acontecida en el campo de las ciencias de la Tierra con el nacimiento de la teoría de la tectónica de placas. También ha propiciado espectaculares avances en el campo de la ciencia y tecnología aplicada. En este sentido, la exploración y producción de hidrocarburos en aguas marinas profundas constituye un hito importante, hasta el punto de que las grandes compañías comparan a menudo la historia de este logro con la de poner un hombre en la Luna. ¿Exageración? Hace tan sólo 30 años parecía imposible encontrar, y aún más explotar, yacimientos de petróleo o gas ubicados a varios kilómetros de profundidad desde el fondo marino y bajo 500 metros de lámina de agua. Hoy en día, la perforación de sondeos de exploración y las actividades de producción de campos localizados en el subsuelo marino, por debajo de una columna de agua entre 2.800 a 3.000 metros, demuestran claramente cuán equivocados estábamos.

Interés creciente

El interés por la exploración en aguas profundas (las situadas a profundidades mayores de 500 metros) se inicia a finales de los setenta. Con anterioridad, desde principios de los sesenta, se había abordado, con una tecnología similar a la empleada en las plataformas continentales, la exploración y explotación de los yacimientos situados en zonas de plataforma externa (con profundidades de agua entre 200 y 500 metros) en los que se encontraron más de 30.000 millones de barriles de equivalente de petróleo (boe). La decisión de las compañías para pasar a la acción en aguas profundas fue no sólo una consecuencia lógica de la progresión de su capacidad tecnológica, sino que también refleja los efectos del primer shock petrolero. El embargo decretado en 1973-74 por los países árabes acabó de persuadir a muchos Gobiernos y compañías de la urgente necesidad de reducir su dependencia energética explorando nuevas áreas. Contaba para ello con los pingües beneficios generados durante la crisis por la espectacular subida del precio del barril de crudo. Inicialmente, con la sola excepción de un puñado de descubrimientos de gas en Australia, los resultados fueron decepcionantes.

Sin embargo, a mediados de los ochenta la situación sufrió un vuelco inesperado con el descubrimiento de grandes cantidades de petróleo en Brasil y en el golfo de México. Como es fácil de suponer, las buenas noticias atrajeron el interés global, propiciando importantes cambios en el seno de la industria petrolera. Entre éstos destacan el despliegue de estrategias globales de exploración y producción en aguas profundas y la introducción de regímenes fiscales especiales para favorecer la nueva actividad exploratoria.

En la década de los noventa, las compañías de exploración operaban ya en aguas profundas en 60 cuencas sedimentarias diferentes. Esta estrategia global produjo buenos resultados, tanto en el número de nuevos campos descubiertos (cerca de 120) como en el de volumen de hidrocarburos inventariados (que totalizaron cerca del 20% del petróleo y el 7% del gas descubiertos en el mundo).

A finales de 2000, el golfo de México dominaba, con cerca de 10.000 millones de boe (de los cuales casi el 90% son de petróleo), el ranking del total de los nuevos recursos descubiertos. Brasil ocupaba el segundo lugar, con casi 9.000 millones de boe (75% de los cuales corresponden a petróleo), y África Occidental, con Angola, Nigeria y Guinea Ecuatorial a la cabeza, el tercer lugar, con 8.000 millones de boe. En estas tres naciones, que constituyen el denominado "triángulo de oro", dominan los recursos de petróleo, en comparación con otras regiones más pequeñas y en las que predomina el gas, como son el Sureste Asiático, el Delta del Nilo y el noroeste de Europa.

Nadie esconde que el precio pagado por la aventura de las aguas profundas ha sido alto. Según un informe del Departamento de Energía de Estados Unidos, que recoge la suma de los gastos anuales en exploración y desarrollo de más de 250 compañías de petróleo y gas a nivel mundial, éstas invirtieron, tan sólo en el año 2000, 76.882 millones de dólares, más del doble del promedio correspondiente a los años 19901999, en los que se invirtieron 31.823 millones. Esto supone una cifra total, para la década 1990-2000, de 395.000 millones de dólares. Además, los costes implicados para hallar y producir un barril de petróleo y gas en aguas profundas son mayores que los de otras regiones, oscilando entre los 4-5 dólares por barril de equivalente de petróleo del "triángulo de oro", a los 5-6 dólares de los sectores británicos y noruegos del mar del Norte. En tierra firme, estos costes varían entre 1 dólar, caso de Irak; los 2 de Rusia, y los 3,5 de Argelia.

A pesar de su indudable glamour tecnológico, la realidad es que los campos descubiertos hasta la fecha en aguas profundas apenas contribuyen con un 2% a las reservas y producción mundial de petróleo y gas. De cara al futuro, diversos analistas predicen que, en el año 2010, la producción de petróleo y gas procedente de yacimientos en aguas profundas podría alcanzar entre el 7% y el 9% del total mundial, para después entrar en declive. Otros, mucho más optimistas, apuestan por un largo periodo de crecimiento sostenido. Entre éstos últimos tenemos al Servicio Geológico de EE UU y a la Agencia Internacional de la Energía, que sitúan las regiones de aguas profundas entre las fuentes más prometedoras para el futuro suministro global de petróleo, calculando unas reservas finales potenciales del orden de 100.000 millones de barriles de crudo (algo menos del 10% de las actuales reservas probadas).

En los últimos años, las grandes superpetroleras han concentrado sus esfuerzos para aumentar sus reservas explorando más en "Wall Street" que en aguas marinas (inventariando lo que algunos han denominado barriles de papel), lo que ha provocado que las reservas consumidas no hayan sido convenientemente reemplazadas. Ello se traduce en una acuciante necesidad de incrementar el gasto en exploración para aumentar las reservas y producción futuras.

¿En que áreas podrían desarrollarse estas prospecciones? La respuesta incluye una larga lista que incluye las islas Feroe, el oeste de la Shetlands, las Malvinas y Borneo, la plataforma noruega, el Caribe, el Adriático, el Mediterráneo occidental y oriental, el Caspio meridional y el mar de Filipinas, así como las situadas frente a las costas de Nueva Escocia, Mauritania, Marruecos, Egipto, Tanzania, Mozambique, el noroeste y oeste de África del Sur, el noroeste y sur de Australia, Nueva Zelanda, la península rusa de Sajalin y la India.

Mariano Marzo es catedrático de Recursos Energéticos de la Universidad de Barcelona.

Aguas ultraprofundas, internacionales y conflictivas

LA PREVISIBLE EXPANSIÓN de la exploración hacia áreas cada vez más profundas (algunos hablan ya de provincias en aguas marinas ultraprofundas, que serían las comprendidas a una profundidad de agua mayor de entre 1.500 y 2.000 metros) hará que las prospecciones se extiendan paulatinamente más allá de la zona económica de las 200 millas náuticas, es decir, a aguas internacionales, sancionadas en 1982 como patrimonio de la humanidad por la Convención de la Ley del Mar de las Naciones Unidas. Este organismo sería el responsable de organizar, controlar y redistribuir los beneficios generados por la explotación de los hidrocarburos.

Se trata de una cuestión de indudable calado, sobre la que trabajan a contrarreloj muchos Gobiernos que deberán presentar, antes de 2009, sus alegaciones para reclamar la extensión de sus aguas territoriales mas allá de las 200 millas.

Desde que el hombre tomó posesión por primera vez de los mares, las disputas territoriales han sido la norma. Y en el caso de España, por lo que se refiere a la exploración y previsible explotación de hidrocarburos, existen ya diversos contenciosos con nuestro vecino del sur, Marruecos, sobre las Canarias, Ceuta, Melilla y las islas Chafarinas y Alborán. Por no citar el caso del Sáhara Occidental, en el que España, como antigua potencia colonizadora, está implicada de forma indirecta.

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