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Reportaje:PASEOS

Un día perfecto

El escritor Luis Manuel Ruiz muestra su personal itinerario por la Sevilla de los pintores, las tapas y los libros de viejo

A pesar de que para Lou Reed un día perfecto consistía en beber sangría en el parque, nuestro día platónico en Sevilla va a contar con algo más de variedad y va a exigirnos mover algo más las piernas. Para empezar, elijamos un dorado fin de semana de noviembre o enero, a salvo de las temperaturas inmorales del verano; es cierto que en primavera la ciudad es muy hermosa y que huele como una novia, pero resulta preferible realizar nuestro recorrido sin la interrupción de incienso ni panderetas y por eso saldremos a la calle con un espeso abrigo sobre los hombros. Probablemente anoche hubo cena con amigos, así que para desentumecerse y retirar las nieblas de la cerveza enquistada nada mejor que un buen café y unos churros en la calle San Eloy, en esa cafetería que tiene el mismo nombre devoto y que cuenta con unas infinitas cristaleras desde las que se ve pasear a gente con bolsas, muchachas que arrastran a perros enamorados y vendedores de paloduz.

Disfrutar del arte se vuelve muy sencillo una vez el estómago se ha saciado de masa y aceite y ardentías, porque apenas a dos calles de San Eloy, a través de Alfonso XIII, se encuentra la Plaza del Museo. Pese a que en el interior de este esmerado edificio del siglo XVII se atesoran maravillas de Zurbarán y Murillo, los genios que hoy nos interesan son otros: los que cada domingo montan su mercadillo sobre los bancos de la plaza, arrinconando a las plantas de los arriates y exponiendo sus obras en mitad de las aceras para que los paseantes puedan hacer un curso acelerado de historia de arte. Aquí hay de todo: desde doncellas prerrafaelitas y plagios de Leonardo hasta afiliados al expresionismo abstracto y apóstoles de Mark Rothko, pasando (estamos en Sevilla) por los cristos y dolorosas de almanaque. Aquí acampa cada semana Luis Guardiola, enemigo furibundo de la figuración que espera con paciencia el adviento de algún comprador entre paquetes de tabaco y botellines. Guardiola, que lleva viniendo a la plaza desde hace cinco o seis años, argumenta que este es el escaparate más asequible de que disponen los artistas sin nombre para presentar sus creaciones al público; además, añade con una sonrisa, el mercadillo les permite acercar sus cuadros a un museo a mucha menor distancia de la que conseguiría para ellos cualquier marchante.

Alrededor del mediodía, el sol comienza a escocer en los dorsos de las manos y aconseja pasear sin prisa calle Sierpes arriba, contra la marea de transeúntes que choca en los escaparates de una y otra orilla; nuestro destino se halla detrás de un breve giro a la izquierda, en la Plaza del Salvador. Se llama así porque los fines de semana nos salva a todos los autóctonos de morir deshidratados: las dos tabernas tutelares de la plaza, La Antigua Bodeguita y Los Soportales, nutren de cerveza a la muchedumbre que se amontona en torno a los árboles, al amparo del monumento a Martínez Montañés o, si el Ayuntamiento ha desistido de las obras por un día, incluso en las escalinatas de la iglesia. Para sentirse un verdadero sevillano, el foráneo debe tolerar al menos tres cervezas, rigurosamente de pie, con el único recurso límite, llegado el caso, de un paquete de papas fritas compradas a un vendedor ambulante. Cuando el hambre apriete nos desplazaremos a apenas unos metros, detrás de la Plaza del Pan: en un callejón con aspecto de corredor chocaremos con los veladores del Bar Kiko, que ofrece comidas caseras todos los días a precios muy practicables. Las últimas cervezas vendrán aquí, con unos champiñones a la plancha o un platito de espinacas que nos otorgue fuerzas para las próximas escalas. En invierno el Bar Kiko cuenta con dos salas protegidas con radiadores y forros de esparto en que las bebidas provocan menos dolores de garganta y las albóndigas saben más sabrosas.

No, no todos los destinos de esta ruta pertenecen al ramo de la hostelería. El Bar Kiko no dispone de cafetera, pero de camino a la calle Feria, a donde nos dirigimos a continuación, puede uno recalar en El Hobbit, en Regina, donde a veces celebran juegos de rol en vivo. La librería de lance Baena, que es donde concluye este trayecto, ocupa un viejo inmueble decorado con azulejos, y guarda en sus estanterías generaciones enteras de libros que nos hacen pensar en otras generaciones bíblicas; aquellas infinitas que, como las arenas del desierto y las estrellas de la noche, prometió Yahvé a Abraham. El establecimiento ha estado regentado durante décadas por un amable señor que vive en el fondo de unas gafas; ahora lo ha relevado su hija y el catálogo comienza a informatizarse: la globalización también penetra en este recinto en penumbra sobre el que pesan tres mil años de literatura.

El placer aconseja permanecer en la librería Baena hasta la caída de la noche. Entonces, tal vez algo exhaustos y con versos amputados agitándose en nuestra cabeza, deambularemos hacia el barrio de San Lorenzo, donde Peter Meir, el propietario de la Galería Taberna Ánima, nos ofrecerá vino caliente y gulash húngaro. Peter llegó a Sevilla procedente del Tirol hace casi veinte años, guiado por una utopía: un local híbrido donde se pudieran celebrar exposiciones a la vez que apurar unas copas. En alguna de las estancias internas duerme un piano sin afinar, condenado al silencio por las ordenanzas municipales en materia de polución sonora. La ruta de nuestro fin de semana preceptivo en Sevilla concluye aquí; mañana o pasado será lunes y hay que volver a calzarse las máscaras, que diría Dylan Thomas.

Mercadillo de Arte: Plaza del Museo, s/n. Los domingos, si el tiempo pone de su parte, de 9 de la mañana a 3 de la tarde. Pintura para todos los gustos y al alcance de todos los bolsillos.

Bar Kiko: calle Herbolarios, 17. Se trata de una antigua casa de comidas que ofrece tapas y raciones muy respetables a precios populares. El potaje resucitaría a un personaje de Amenábar.

Librería Baena: calle Feria, 26. Libros antiguos y de ocasión en cantidad y calidad. El paraíso para quien modestamente escribe estas líneas: una tarde de inspección puede deparar delicias encuadernadas en cartoné.

Galería Taberna Ánima: Miguel Cid, 80. Ofrece exposiciones de pintura y escultura cada quince días. La estrella, de diciembre a febrero, es el vino caliente con especias.

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