Supervivencia y refinamiento
Si traer en una exposición individual de carácter comercial a nuestro país una amplia selección de obra de uno de los más conspicuos miembros del mítico expresionismo abstracto americano es, sin duda, meritorio, lo es más al centrar el enfoque en los años sesenta, cuando los supervivientes de la Escuela de Nueva York no sólo tuvieron que enfrentarse a la emergente figuración del pop, sino, los que pudieron, tuvieron que adaptarse a la abstracción pospictórica, que, según el mandarín Greenberg, era la única forma de proseguir "en frío" -de manera antiexpresionista- los dictados del formalismo. Entre orgías de autodestrucción o de oportunismo, muy pocos de la ya vieja generación salieron indemnes y, entre ellos, hay que incluir a Adolph Gottlieb (Nueva York 1903-1974).
ADOLPH GOTTLIEB
Galería Elvira González
General Castaños, 3. Madrid
Hasta el 20 de noviembre
Es cierto que el histórico Gottlieb desarrolló su primer estilo entre 1931 y 1951, pero su postura personal y artística, comparativamente más equilibrada, le permitió seguir un curso independiente en medio de la comprometida situación antes descrita. Le ayudó, en este sentido, no necesitar una ruptura abrupta con el modelo surrealista europeo, según la versión cósmica de Miró, y el cultivo de un simbolismo de raíz freudiana, pero también supo comprender y aprovechar, al modo americano, la fuerza de lo gestual y una visión más libre del campo pictórico.
Por todo ello, en el momento de la crisis del expresionismo abstracto, que ya se hizo patente desde mediados de los años cincuenta, Gottlieb prosiguió con su peculiar mundo, dividido entre una zona baja de gesto caligráfico oriental, más o menos eruptivo o convulso, y otra, en lo alto, donde se geometrizaba el magma pictórico, de forma circular. En los sesenta no cambió esta tesitura, pero se aprecia cómo su obra se hace más controlada, con formas como más talladas, e, incluso, en la escultura, con pliegues ordenados. Por otra parte, estrechando al máximo el límite de lo expresivo, su sabiduría pictórica cobró un nuevo vuelo, que, a veces, como en el cuadro Asterisk on Brown (1967), alcanza un refinamiento cromático y una elegancia pasmosos.
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