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Columna
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De comedia a tragedia

De la comedia al drama y del drama a la tragedia; del teatro de la Abadía al Círculo de Bellas Artes y de allí al congreso del Partido Popular, ese hombre que podría ser cualquiera y se llama Juan Urbano recorrió, en sólo tres días y sin dejar de estar sentado, todos los caminos que van de la risa al miedo y de la inteligencia a la perplejidad. En el Círculo de Bellas Artes vio una versión de Hamlet llamada Hamlet homeless y en La Abadía vio El astrólogo fingido, de Calderón de la Barca. Y el congreso del PP lo vio por la televisión, en su casa. Los actores de Hamlet homeless iban vestidos con cazadoras de cuero, zapatillas deportivas y pantalones de esos tipo Fidel Castro en la sierra, verdes y con tantos bolsillos que, en lugar de pantalones, parecen archivadores. Los protagonistas de El astrólogo fingido llevaban ropa de niños pijos, en algunos casos de esa que hace que parezca que la gente, en lugar de ir vestida, va envuelta para regalo. En el congreso del PP, todos iban vestidos de políticos del PP, menos Aznar, que llevaba su traje de acabo-de-bajar-del-yate, con norteamericana azul y sin corbata. Qué coincidencia, tanto atuendo inesperado como truco escénico.

Y no era sólo la ropa, porque Juan Urbano recordaba fragmentos de las tres representaciones y, a veces, unos se mezclaban en su memoria con otros, y hasta parecían intercambiables, aunque Shakespeare escribió su obra en 1602, Calderón escribió la suya en 1631 y el congreso del PP se celebró el pasado fin de semana en Madrid. Por ejemplo, en Hamlet, el príncipe de Dinamarca se finge loco para que no lo asesine su tío, como ha hecho con su padre; en El astrólogo fingido el personaje de Don Diego se finge astrólogo para entorpecer el matrimonio de su amada Doña María con su rival, Don Juan; y en el congreso del PP, Aznar se fingió el Cid Campeador: ya veréis cuando llegue a la comisión del Once de Marzo, cómo huyen al ver mi fantasma a caballo.

¿Era así? Juan Urbano se iba haciendo un lío. Hamlet atraviesa con su espada al espía -enviado por su padrastro y oculto en la alcoba de su madre, la reina- que intentaba asegurarse de si estaba cuerdo o no; Don Diego atraviesa con su lengua calumniadora, por todo Madrid, a su rival en el cortejo de Doña María, para evitar que se casen; y, en el congreso del PP, Aznar horadó a su delfín Rajoy con sus advertencias: Mariano, nada de autocrítica, nada de pedir perdón, y en cuanto al enemigo, ya lo dijo Bilardo cuando entrenaba al Sevilla, pisálo, al enemigo pisálo.

A Juan Urbano le pareció que las tres representaciones trataban, en el fondo, de lo mismo: del honor y la venganza. El honor, que es un sentimiento egoísta que suele enloquecer a quien lo cree mancillado. La venganza, que es un deseo que ciega a quien lo padece. Hamlet quiere vengar la muerte de su padre. Don Diego quiere manchar el honor de Doña María y Don Juan. Aznar siente que lo deshonran y le ponen a la espalda muertos que no son suyos, y quiere vengarse, Mariano, ni un paso atrás, la cabeza alta, ni Yak 42, ni Prestige, ni guerra de Irak, ni Once de Marzo, aquí se está conmigo o contra España, se van a enterar. ¿Y el alcalde de Madrid?, se preguntó, quizá como tantos otros, Juan Urbano. Si el congreso del PP hubiera sido Hamlet o El astrólogo fingido, ¿de qué habría hecho Alberto Ruiz-Gallardón? ¿De Yorick, la calavera que antes fue el bufón del rey? ¿De Morón, el criado astuto de El astrólogo fingido? Malos tiempos para la disidencia. Y, si hubiera sido Yorick, ¿en qué mano estaría su calavera: en la de Rajoy o en la de Aznar? ¿O en la de Esperanza Aguirre, futura presidenta del PP en Madrid, quién sabe si por encima de su cadáver político? "¡Ah, pobre Yorick! Yo le conocí: era un hombre de una gracia infinita y de una fantasía portentosa. ¿Qué fue de tus chanzas, tus piruetas, tus canciones, tus rasgos de buen humor que hacían prorrumpir en una carcajada a toda la mesa?". En fin, si ya lo decían, más o menos, en Hamlet homeless: ser o no ser, así está el tema.

Claro, por no hablar de ese ex ministro que dijo que Zapatero nos llevaba de vuelta a 1936, y de tanta gente que, al oírle, pensó: no, esto no es el 36; pero si lo fuese, yo sé de qué lado estarías tú. No, de eso es mejor ni hablar, se dijo Juan Urbano, justo antes de apagar la luz.

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