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FÚTBOL | Sexta jornada de Liga

La desgracia de Owen

Diego Torres

La bruma otoñal que cubrió el Bernabéu apagó el rumor de las gradas y apagó a muchos de los jugadores que correteaban por su césped convirtiendo el partido de ayer, un clásico de antaño, en un encuentro cualquiera. Uno de los jugadores más difuminados fue el inglés Owen, al que se le vio aparecer en diversas situaciones frustrantes, se le vio solo o, simplemente, no se le vio.

Owen fue ese jugador que buscaba desmarques en una isla de césped, alejado física y espiritualmente del resto de los futbolistas de su equipo. El balón de oro de 2003, el descendiente de galeses que el mítico estadio de Anfield Road adoptó como su ídolo, el pequeño y explosivo delantero con cara de monaguillo, debutó ayer como titular del Madrid en la Liga. Lo hizo después de decir públicamente que lo necesitaba. Y lo hizo sin fortuna. A los seis minutos del segundo tiempo, Mariano García Remón, el técnico de los blancos, lo mandó al banquillo y dio salida a Morientes, que fue recibido desde los graderíos con una gran ovación.

El Bernabéu no es rencoroso con los chicos buenos. A Owen lo despidió sin pitos, aplaudiendo ligeramente, y a Morientes lo acogió en un clamor estruendoso. Todos los rencores que albergan muchos directivos madridistas hacia el delantero extremeño desaparecen automáticamente cuando se pasa la barrera del palco. En las gradas, la gente parece olvidar que fue Morientes uno de los artífices de la eliminación del Madrid de la Liga de Campeones, en Mónaco, la temporada pasada. O lo han olvidado o saben secretamente que la responsabilidad de aquella eliminación fue de los que se quedaron. No de Morientes, que se fue obligado a irse.

Los madridistas pertenecen a la clase de aficionados que callan más de lo que saben porque no saben que lo saben o por pudor. En la segunda parte recibieron a Morientes en medio de una gran exaltación debido a la evidencia de que un cabeceador se hacía imprescindible.

En lo que va de campeonato, el Madrid no había metido tantos centros en el área como en la primera parte de ayer: allí aparecieron Beckham, Figo, Roberto Carlos, Salgado. Todos centraban. Para rematar aparecía Zidane, alerta para no luxarse otra vez el hombro derecho; Raúl, muchas veces con retraso porque venía del medio campo, y Owen.

Pero el pobre Owen, que siempre gustó de los espacios abiertos para encarar con la pelota controlada y ganar por velocidad, se encontró ante una lluvia de balones que caían o cruzaban el área a media altura. No logró conectarlos. Falló dos tiros, llegó tarde a un centro, pifió otro. A sus 25 años, el balón de oro se antojó algo precipitado, prematuro. Tan raro como su fichaje por este Madrid.

A los seis minutos del segundo tiempo Owen puso el trasero en el banquillo con ese aire entre perplejo y ausente que lo caracteriza. Sin un quejido, sin un mal gesto, con la cara neutra y sin escuchar por ninguna parte el Nunca caminarás solo.

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Sobre la firma

Diego Torres
Es licenciado en Derecho, máster en Periodismo por la UAM, especializado en información de Deportes desde que comenzó a trabajar para El País en el verano de 1997. Ha cubierto cinco Juegos Olímpicos, cinco Mundiales de Fútbol y seis Eurocopas.

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