El cómico en un barquito velero
A pesar de que el lunes último llegó a los 67 años, José Sacristán no ha dejado nunca de parecer un adolescente. Tuvo un periodo, desde que le dirigió José Luis Garci en Asignatura pendiente, que se le puso el tono más grave y abandonó por un rato esos rasgos juveniles a los que ayuda su cuerpo desgarbado de personaje que tiene prisa. Cuando hizo Asignatura pendiente era 1977, en medio de la transición, y aunque la película de Garci no era exactamente un drama sí suponía para Sacristán un salto del cómico que había sido toda la vida al actor más serio que demandaba su papel de abogado político de un preso.(Interpretado por Héctor Alterio).
Esa película tuvo que ver mucho con la hechura posterior de Sacristán. Él había sido cantante de zarzuela, y en el cine era un cómico muy codiciado, uno de esos "queridos cómicos" de los que Diego Galán hizo leyenda televisiva. Cuando hizo Asignatura pendiente alcanzó un registro distinto, que ha mantenido ya casi siempre, alternándolo con otros acentos y finalmente con el acento que va a la raíz de su vocación: la vocación de cantante. Ha hecho en la atmósfera revivida (por Luis Ramírez, ya fallecido) musicales en los que estuvo en su salsa: El hombre de La Mancha, My fair lady... Ahí combinó todas sus habilidades y además se dio tiempo para establecer una cesura en su larga carrera de platós cinematográficos y escenarios teatrales.
Ha hecho tantas películas y tantas obras de teatro que siempre ha dado la sensación de estar en la cartelera, de una u otra forma, y esa misma sensación que transpira es de inaudita actividad. La última vez que le vimos estaba a punto de asistir en el festival de San Sebastián al estreno de su última película, Roma, de Adolfo Aristaraian, y aunque la atmósfera del hotel donde se hallaba parecía invitar a cierto relajo, allí estaba Sacristán tratando de irse cuanto antes a un compromiso distinto, pues al día siguiente tenía que estrenar en Tenerife la obra de teatro que ha elegido para hacer ahora, Almacenados, del joven catalán David Desolá. En aquella película, Roma, hace de un escritor veterano que ya no cree en nada, y se lo comunica así al joven (Juan Diego Botto) que ha ido a ayudarle (por encargo de la editorial) a acelerar su libro de memorias; y en esta nueva obra de teatro ejerce de jubilado que enseña a un joven cómo ha de seguir en el oficio...
En Roma ese personaje que encarna Sacristán (un argentino que ha vivido todas las etapas felices o dramáticas de su país) evoca rasgos de las pasiones del actor. Ese escritor se dirige al joven como a veces se dirige Fernán Gómez a los que queremos su palabra o su consejo, disfrazando su ternura detrás de un vozarrón que quiere ser una neblina, y nunca ha hecho otra cosa Sacristán que reafirmar la pasión que siente por Fernán Gómez como persona, como actor, como maestro, hasta el punto que un amigo suyo nos decía: "Un día lo veremos con el pelo panocha de Fernando".
Y en Roma aparece el periodo en el que Sacristán llegó a ser un héroe cinematográfico (y civil) de Argentina. Fue cuando ya era una sombra aún siniestra la dictadura militar y allí se estrenó, con un éxito indescriptible, la película de Garci, que se tomó como un símbolo de la propia transición argentina: al principio la censuraron, quitando a Alterio de la cinta, y luego la reestrenaron, fue un suceso extraordinario. Hasta tal punto triunfó Sacristán (haría también teatro, con Charo López, tan popular también allí) entre sus nuevos fans suramericanos que hubo quienes le propusieron para presidente de la República.
Es un fanático del orden. Y del cine: en su casa se ha hecho un cine donde ve películas viejas que ya ha visto antes. Últimamente repitió Duelo al sol, de King Vidor. También es relector, aunque ahora lleva en su mochila una novedad, El tiempo de los trenes. De Fernán Gómez, cómo no. Dirigió tres películas. En una (Cara de acelga) canta su canción favorita, En un barquito velero. Ahí, en un barquito velero, es fácil imaginarlo.
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