El amante de Verona
Óscar Freire regresa, como uno de los favoritos para vestirse el 'maillot' arco iris, a la ciudad que le cambió la vida en 1999
Veinte días después de que su vida cambiara en los 500 metros rectilíneos de la avenida Porta Nuova, Óscar Freire volvió a Verona con Laura, su chica. "Búscame un hotel que esté cerca de la meta", le pidió a Claudio Mantovani. Éste, dueño de Nalini, la marca de ropa ciclista, sólo se había enterado de que había ganado el Mundial con Freire cuando un primer plano de televisión mostró las manos del campeón cántabro, el negro y el rojo de Seguros Vitalicio, su equipo de entonces, pero se había convertido en su hombre en Italia. Tres días más tarde, el propietario del hotel Il Mastino, una modesta casa frente a la meta de Porta Nuova, llamó a Mantovani. "Oye, Claudio, ¿quién es este español que me has mandado? Es un poco raro, ¿no? Todas las tardes se pasa horas asomado a la ventana mirando la calle".
Aquello ocurrió en 1999. En otoño. Cuando Óscar Freire pasó de ser nadie para los españoles u Óscar Gómez para los italianos a convertirse en campeón del mundo, en el maillot arco iris, en un ciclista de referencia. Desde entonces no volvía Freire a Verona. Regresa cinco años más tarde, único campeón del mundo que cuenta con la inmensa fortuna de poder disputar un segundo Mundial en el escenario del primero. Regresa como Óscar Freire. "Incluso en Italia ya me llaman Frei", dice, "con toda confianza". Regresa cinco años más tarde. Desde entonces ya ha sido capaz de ganar un Mundial más (Lisboa 2001), de subir al podio en otro (Plouay 2000, segundo), de ganar la clásica de las clásicas, la Milán-San Remo (2004), de pilotar una incipiente escuela de clasicómanos españoles, de ciclistas que como él, como Igor Astarloa (una Flecha Valona, el Mundial 2003), como Juan Antonio Flecha (Gran Premio de Zúrich 2004), han debido emigrar para encontrar equipos con su misma filosofía. Pero todo empezó en Verona un domingo de otoño de 1999.
Todo empezó, quizás, tres días antes, cuando Freire, un don Nadie de 23 años con demasiada tendencia a las lesiones y al que no quería renovarle el contrato su equipo, entró en el patio de Julieta y posó su mano sobre el lustroso seno derecho de la estatua de bronce de la trágica heroína de Shakespeare. "Decían que ese gesto daba suerte, lo decían los turistas, y ya creo que me la dio", comenta Freire ahora, la víspera de su segundo Mundial veronés. Lo dice emocionado. "No volvía a Verona desde mi visita turística. No había vuelto a recorrer el circuito en bicicleta desde el Mundial. No pensaba emocionarme, pero... sí, sentí algo especial", confiesa; "recorriéndolo el otro día, reviví la carrera, la subida de Torricelle, el rápido descenso, la recta de Porta Nuova, la curva de los 500 metros, el lugar en el que salté, me abrí y empecé a ganar mi primer arco iris".
El circuito, hoy, será el mismo, pero será diferente. "Será la misma subida
[3.360 metros al 5,1% de promedio, con una pendiente máxima del 6,7%]; el mismo descenso, estrecho y peligroso; pero será dos kilómetros más corto", explica el español; "en vez de 16, daremos 18 vueltas, lo que aumenta la dureza. Y habrá menos tiempo de recuperación entre subida y subida. En cuanto queramos darnos cuenta, ya estaremos otra vez en el tramo de adoquinado, que se alarga, antes de empezar a subir, con lo que creo que iremos todo el tiempo en fila, que habrá que estar todo el tiempo delante, pendiente de todo, con lo que será todo mucho más duro".
Ante este panorama, alentador para Freire, para Astarloa, discreto y centrado en una tierra que es su tierra -tiene casa junto al lago de Garda, a media hora de Verona, y se entrena cotidianamente por las carreteras que lo bordean-, y para Juan Antonio Flecha, que sueña con su oportunidad, el resto de la selección, los que terminaron la Vuelta, se sienten cansados. También Alejandro Valverde, el crack segundo en Hamilton. Cuando la Vuelta, en 1995, pasó a disputarse en septiembre, el Mundial se trasladó al domingo dos semanas después. El margen ideal para recuperarse. Este año, entre la contrarreloj de Madrid y el Mundial sólo hay siete días. Demasiado poco, opina la mayoría, que acusa la durísima última semana de la ronda española.
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