De medallas y otras grandezas
La medalla de oro del Congreso de los EE UU que el señor Aznar se ha hecho comprar, ha acabado
de dibujar el perfil de megalómano del que ha sido presidente del gobierno español los últimos ocho años: una personalidad acomplejada. Una patología propia de los mediocres que deriva hacia los delirios de grandeza. No se explica de otra manera sus comportamientos: menosprecia Europa y se alía servilmente con los EE UU de Bush, lo visita en su rancho y se hace fotografiar con los pies sobre la mesa; se vuelve a hacer la foto con el tio Sam y Blair, en las Azores y se hace pasar por profesor visitante (!?) de la universitat de Georgetown, y los periódicos de allí ni tan sólo le reservan una columna; pronuncia un discurso en el Congreso de los EE UU, que tuvo que llenarse de becarios y turistas... Y ahora el episodio penoso de la medalla, conseguida mediante el soborno de parlamentarios norteamericanos, gracias a las gestiones de un bufete de abogados de Whasington -la Piper Rudnik-, mediante un contrato de dos millones de dólares; casi nada para las arcas del Estado. Y si, como ahora farfulla el condecorado, el dinero para obtener la medalla no es público, ya puede explicar cómo ha conseguido una fortuna personal tan abultada: del sueldo de presidente del gobierno no, y del de inspector de Trabajo, menos.
De puertas para adentro, los episodios megalómanos podrían resumirse en el más paradigmático de todo: la boda "real" de su hija que, todavía ahora, avergüenza a cualquiera. Pero la prepotencia no puede quedar impune indefinidamente y de la mayoría absoluta, su partido, el PP, ha pasado a la oposición. Ellos le echan la culpa al atentado del 11-M y no les falta razón: los ciudadanos atribuyeron la responsabilidad de las 200 víctimas del terrorismo islámico, al señor Aznar por habernos involucrado en la ocupación ilegal de Irak.
