Lo sagrado
Decía Unamuno que el lector lee, por lo común, aquello que espera leer y no percibe claramente lo que no encaja en sus casillas del bien y el mal. Es decir: el que no quiere entender no entiende. Así, cuando alguien publica algo fuera del carril hay que prepararse para la mala interpretación e incluso para unas condenas extravagantes sobre aspectos inventados por los receptores. En cada experiencia de éstas, cuando llega, uno se pregunta para qué escribir si todo el mundo parece saber y amar previamente lo que quiere. Pero así es la persistencia en la escritura apoyada en la vana aspiración de ser entendido cabalmente.
La lengua de mi esposa, de mi madre, de mi pueblo, de la gran mayoría de mi familia, de mi principal editor, de mi mejor vecina en Madrid, de mí mismo en los espacios de mi mujer, es el valenciano o catalán. Me gusta naturalmente mucho el catalán pero aborrezco la imposición fascistoide de los políticos nacionalistas. Así, el grueso de los lectores que se han manifiestado contra mi columna ("Los rumanos") son gente educada pero cargadísima de recelos y suspicacias puesto que las ideas recibidas se han convertido, bajo la estufa nacionalista, en muy delicadas y divinas. No pertenecen ya al orden de la razón ni crecen con frescura natural sino enardecidas y nimbadas. Nublan, sin querer, la vista y la consecuente reacción es hacer que se detecten intrigas en la misma obviedad. Se diría, a partir de las tergiversaciones recibidas (que si no quiero que se hable catalán, que si prefiero un solo idioma, etc.) que sus autores esperaban ansiosamente sentirse ofendidos para clamar. O que amaron creerse injustamente tratados para saborear el suculento botín de la imbécil maldad del otro. Ahora bien, como la totalidad de quienes han replicado son catalanes -no gallegos ni vascos- les sugiero una consulta local: el informe del Plan Estratégico Metropolitano (El País, edición de Cataluña, 9-7-2004) donde se muestra que el sistema educativo pujolista ha logrado que la juventud catalana alcance actualmente el nivel de formación general más bajo de toda Europa -también de toda España- y el último puesto en dominio de idiomas de la UE. ¿Desearon, en su fervor, que fuera así?
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