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Multiculturalismo, mestizaje e inmigración

Como resultado de haber vivido durante casi 40 años en EE UU, mi hijo nació en aquel país y ha vivido siempre en él. Hace 20 años, cuando yo todavía vivía allí, envié a mi hijo, entonces de siete años, a vivir a Barcelona por unos meses para que conociera España. Tras varios meses sin verlo, al encontrarme de nuevo con él le pregunté qué le había parecido mi país. Me respondió que le encantaba, pero que le había sorprendido que "aquí todos parecíamos iguales". Es más, por el tono en que me lo decía, estaba claro que veía esta característica nuestra como algo mejorable. Mi hijo, que siempre estudió en escuelas públicas, tenía en EE UU amigos blancos, negros, amarillos, marrones y de todos colores, razas y etnias, reflejando la realidad de aquel país que es un país de inmigrantes. Aquí en España, sin embargo, todos sus amigos y toda la sociedad era blanca. Y con la sencillez y profundidad con que sólo los niños pueden hacerlo, se lamentaba de una falta de variedad que él creía empobrecedora.

Se olvida con frecuencia que el multiculturalismo no debe ser la mera suma de varias culturas dentro de un país
El inmigrante debe integrarse en la sociedad que le recibe, adaptándose y reproduciendo sus signos identitarios

Es interesante subrayar, sin embargo, que tanto mi hijo como todos sus amigos de distintas procedencias y orígenes raciales y étnicos se sentían (independientemente de su raza u origen cultural o étnico) estadounidenses. Su identificación principal era con el país, EE UU, identificación que era acentuada no sólo en su escuela, sino en la sociedad en general. En realidad, una de las sorpresas de gran número de europeos cuando visitan EE UU es ver la gran cantidad de banderas del país que aparecen en los barrios de las ciudades estadounidenses y muy en particular en los barrios populares y trabajadores, hecho que se atribuye erróneamente a un patriotismo facilón, cuando no a un chauvinismo, aun cuando éste puede promoverse en ocasiones, como es el caso presente con la Administración de Bush. Pero tal despliegue de la identidad nacional es anterior a Bush: es un elemento fundamental en un proyecto multiétnico y multicultural que intenta conservar la unidad dentro de la diversidad. Se olvida con excesiva frecuencia en nuestro país que el multiculturalismo no debe ser la mera suma de varias culturas dentro de un país. Si ocurriera así, el país se desagregaría y crearía grandes tensiones, como estamos viendo ya en nuestro entorno. El multiculturalismo debe darse dentro del proyecto unitario -que no debe ser uniformador- en el que los valores identitarios del proyecto nacional tienen que ser prioritarios. En este sentido es de gran importancia que el inmigrante se integre en la sociedad que le recibe, adaptándose y reproduciendo sus signos identitarios, desde la lengua a la cultura hasta su historia. Desde este punto de vista, no debería favorecerse la existencia de guetos o barrios inmigrantes que mantienen su propia lengua y cultura, sin hablar español (y catalán, vasco o gallego en estas comunidades autonómicas) y sin conocer tampoco nuestra historia y sin reproducir nuestra cultura. La cultura del inmigrante extranjero enriquece nuestra cultura cuando la complementa, no cuando la sustituye. Es un error permitir que barrios enteros en nuestras ciudades sean, por ejemplo, de población marroquí o paquistaní. Estas poblaciones deben integrarse mezclándose con el resto de la población. En contra de lo que se ha dicho, el mestizaje es un indicador de integración que hay que favorecer, no dificultar. También es un error, en el otro polo social, entre la gente pudiente, tener barrios e incluso pueblos en Canarias o en Mallorca que sean exclusivamente alemanes u otras nacionalidades, habitados por comunidades compuestas por personas extranjeras con grandes medios que no intentan integrarse en el país, sino que están reproduciendo su propio país en el nuestro.

Por otra parte, no debería defenderse la inmigración extranjera basándose en a argumentos que enfrentan a sectores de la clase trabajadora española. Uno de tales argumentos es que la inmigración es necesaria para realizar los trabajos que los españoles no desean realizar. Los datos no confirman tal supuesto. En el fondo de la sociedad, en los sectores laborales con gran inseguridad e inestabilidad hay una competencia feroz y dura por puestos de trabajo, salarios, vivienda, escuelas y otros recursos. De ahí que la inmigración extranjera, en un mercado laboral tan desregulado y deteriorado como el español y un Estado de bienestar tan insuficiente, afecte a los escasos recursos disponibles para la clase trabajadora no cualificada. Es lógico, por lo tanto, que haya una respuesta de esa clase trabajadora frente a la inmigración extranjera que no puede automáticamente definirse como racista. No hay duda de que el racismo se desarrolla favorablemente en este ambiente de inseguridad, puesto que no es racista el más ignorante, sino el más inseguro. Ahora bien, no toda resistencia a la inmigración es racista. Con gran frecuencia, los más resistentes a la nueva inmigración son los inmigrantes de una generación anterior, muchos de ellos de la misma raza y grupo étnico que los recién llegados. La existencia de trabajadores inmigrantes extranjeros que por su situación irregular aceptan condiciones que los trabajadores españoles no aceptarían está facilitando que el empresariado (sobre todo de la construcción, agricultura y servicios de hostelería) no invierta en estos puestos de trabajo aumentando los salarios y mejorando las condiciones laborales. Por ello la necesaria defensa de la inmigración no puede hacerse utilizando argumentos y políticas públicas que dividan a las clases populares, sino que debe realizarse garantizando que tal inmigración no debilite ni la seguridad económica ni la social de tales clases, y tampoco sustituya su cultura.

Vicenç Navarro es catedrático de Políticas Públicas de la Universidad Pompeu Fabra.

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