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Columna
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Elecciones

Los debates televisivos entre los dos candidatos abren la recta final de las elecciones norteamericanas. Se trata de unas elecciones extranjeras de las que depende nuestro futuro particular. El resultado determinará una parte de la vida y de la muerte en Irak, Palestina, Israel, Marruecos, Argentina, Colombia, Inglaterra, Alemania y España. Ninguno de los habitantes de estos países tendrá derecho a voto. Como es lógico, son muchas las ironías provocadas por un sistema democrático que no permite a los ciudadanos elegir a unos políticos que decidirán la dinámica de sus impuestos, su porvenir ecológico, sus perspectivas económicas y las cada vez más inciertas divisiones entre el bien y el mal. Aunque sea una cuestión de política local, autonómica y nacional, los andaluces no estamos llamados a las urnas. Pero no es tan extraño; tampoco nos dejan votar en las juntas de dirección de los bancos, ni en las directivas de las multinacionales que gestionan los fondos de pensiones, y nuestra vida depende de sus dictados. Más significativo me parece que las elecciones norteamericanas sean también un asunto extranjero para la mitad de los norteamericanos. Lo raro no es que nos dejen votar, sino que más de la mitad de todos nosotros, aunque nos dejasen, no votaríamos en esas elecciones. Unos no llegaríamos a formar parte de la élite educada en la política, otros no podríamos salvar las trabas económicas y burocráticas del sistema, y otros no tendríamos un candidato al que votar. Yo, por ejemplo, estaría condenado a la abstención, y eso me resulta doloroso porque EE UU se parece mucho al futuro que intuyo para España.

Los programas electorales de los dos candidatos están subvencionados abiertamente por grupos de presión muy interesados en controlar las medidas sobre política nacional e internacional, desde los acuerdos de protección ecológica hasta las decisiones sobre los conflictos en Oriente Medio. Los dos candidatos son partidarios de la pena de muerte, del imperialismo militar y de la inhabilitación de las instituciones internacionales. Los dos candidatos han identificado la libertad con un neoliberalismo que renuncia a gobernar políticamente las especulaciones y las injusticias económicas de los sectores más poderosos de la población mundial. Los dos candidatos son tan realistas, tan poco ingenuos, que quieren dirigir el mundo sin sentirse responsables de los 20 niños que mueren de hambre cada minuto. Y los dos candidatos significan la humillación de la democracia en manos del capitalismo. No estoy afirmando que republicanos y demócratas sean lo mismo, sólo digo que un ciudadano como yo, y por pura voluntad democrática, no podría votar a ninguno de los dos, aunque me dejasen participar en las elecciones que sin duda gobernarán una parte de mi vida. Recalco que se trata de una postura de firmeza democrática. Considero peligroso que la izquierda se acostumbre a hablar de las debilidades de la democracia, cuando en realidad estamos ante el poderío desmedido de un capitalismo que no acepta interferencias democráticas en sus negocios. El capitalismo actual agrede a la democracia con la misma prepotencia de aquel estalinismo que no dudó, y cito a Pablo Neruda, en llenar de ahorcados los jardines de la Unión Soviética.

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