Matrimonios
Cierta web peruana establece, tras cada año de supervivencia del vínculo, una analogía material, casi valor de cambio: bodas de algodón, papel, cuero, madera, bronce... y así hasta el precioso diamante. Pero nada dicen sobre el plomo, sobre qué hacer cuando lastra las alas y el vuelo conjunto deja de ser posible. En qué Constitución, Estatuto o Carta fundacional habrá leído la concejal Marta Torrado que corresponde a la municipalidad de Valencia laurear a los matrimonios longevos. Pero lo va a hacer. Coincidiendo con que plañideros con sotana lamentan la muerte de la convivencia conyugal a la que, aseguran, dará puntilla este disoluto Gobierno atiborrado de mujeres empeñadas en reformar la ley del divorcio. Para dar facilidades, lo que faltaba. Mira que lo pasó mal en 1981 el bueno de Fernández Ordóñez, miembro de aquella UCD dialogante y moderna que se ahogaba en la caverna de los Efesios ("las casadas estén sujetas a sus propios esposos"...). Tantos años después, sólo se trata de dar forma legal al dictado del sentido común: basta con que una de las partes considere finiquitada la relación. Voluntad versus culpabilidad. Y de no alargar unos fárragos burocráticos que podrían acaban envenenando situaciones en principio amistosas, con el consiguiente trastorno, principalmente si hay hijos. He repasado algunos manuales de autoayuda que proporcionan claves para un matrimonio feliz. Muchos imparten consignas procedentes de la Biblia y hasta de los principios del rabino Zelig. Pedro (aquella piedra sobre la que se edificó esta Iglesia) sigue pidiendo a las mujeres una "reverente y casta manera de vivir". "Investigaciones" posteriores, presuntamente científicas pero que destilan doctrina, dictan 10 mandamientos (para nosotras, naturalmente). Por ejemplo, aconsejan no atormentar al hombre pidiéndole dinero, que le cocinemos platos apetitosos, que le dejemos tener razón de vez en cuando, que le permitamos ser más instruido que nosotras, que honremos a su madre y que no nos presentemos desaliñadas ante el esposo. El mismo esperpéntico aroma de ranciedad que desprenden esta misa y este fiestorro que el Ayuntamiento pretende montar a 120 parejas en "bodas de oro".
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