El amigo de las serpientes
El farmacéutico de Xalò (pueblo agrícola de la Marina Alta) es una eminencia en serpientes. Podríamos decir que Juan Mengual, a sus 46 años, posee un conocimiento inusual de los ofidios que habitan en la comarca. Y es más: su saber le ha llevado a encariñarse con los reptiles de tal manera que entras en su farmacia, la única existente en el pueblo, y ves entronizados en las alturas del mostrador una variedad de viscosos reptiles sumergidos en formol.
Luego sale él, Juan Mengual, en carne y hueso, y te clava sus ojos de encantador de serpientes, y te invita a seguirle hasta el laboratorio donde ya no hay culebras a la vista. Ibas a pedirle un analgésico y no sabes si añadir un tranquilizante.
Debemos proteger a las serpientes, porque el beneficio que aportan al hombre es muy superior al supuesto daño que les atribuye la leyenda
Porque cuando hablamos de serpientes acude a mi memoria la estampa de una Inmaculada de Murillo que en mi infancia se prodigó muchísimo. Y se me ponen los pelos de punta. La Santísima Madre aplastaba con su rollizo pie la cabeza de una indefensa culebra. El animal merecía la muerte. Era una encarnación del diablo. Un enemigo de la humanidad. Había, pues, que odiarlo.
Pero el farmacéutico Mengual sonríe como lo haría el psicoanalista ante un paciente traumatizado en la niñez, y dice que la religión judeocristiana dejó su impronta en la fauna más que en la flora, pero si nos volvemos a Extremo Oriente y observamos sus creencias sobrenaturales el reptil se considera allí una criatura benéfica y bondadosa. Diríamos que un ángel. O una divinidad, como la hembra del elefante indio. ¿Acaso sirve sólo la serpiente como piel para correas de reloj? La serpiente se puede amaestrar, encantar, encandilar y hasta beatificar. Cualquier cosa se puede hacer con las serpientes menos matarlas antes de que nos saquen la lengua. Y Mengual añade que tenemos la obligación de salvar a las serpientes por la misma razón ecológica y humanitaria por la que salvamos a las ballenas o a las focas.
Aquí no hay focas ni ballenas (todavía, ya veremos el día que hagan un golf), pero la historia en la que estamos, y a ella volvemos, se remonta al verano de 1982, cuando una culebra mordió a un turista en la rodilla. Cagadito de miedo acudió al médico de Xalò, quien no sabía cómo tratar esa mordedura, y éste llamó al farmacéutico (que tampoco sabía gran cosa) y juntos decidieron telefonear al Centro Nacional de Toxicología, donde tranquilizaron al turista mordido, le aconsejaron someterse a observación durante tres días y, a la vista de los síntomas producidos por la dentellada, ya irían indicando qué hacer. Contra las serpientes no hay antídoto sino sentido común.
Afortunadamente el turista no sufrió parálisis facial. No se puso a vomitar o a contorsionarse más allá del primer acceso histérico. No había sido envenenado por la víbora viperina, que es peligrosa y todavía existe en la zona. El turista fue mordido de día. Y la viperina trabaja de noche. Para entendernos, la viperina ataca en horas de copas y discoteca. O sea, que esos chavales que llevan escape libre en la moto y hacen carreras a altas horas de la madrugada podrían llevar una víbora homologada en el casco cuando creen llevar a la escurridiza chica pegada al pulmón como el humo de un canuto.
¡Pobres culebras! ¡Qué mala fama les pusieron los curas! Observemos a la culebra llamada Bastarda, que mide dos metros pero en absoluto es peligrosa, y nos enternece. Si te ve se asusta aunque no te acompañe un edil del PP. La Bastarda se traga dos conejos a la vez. Pero de ninguna se dijo que devore bebés, ni siquiera abandonados en los contenedores. La culebra Cogulla ataca si es acorralada. Pero muerde sin producir daños colaterales. No hace como Bush con la guerra preventiva. Y aunque posee dientes venenosos en el maxilar superior, su boca es tan pequeña que ese diente jamás llega al agresor. En cuanto a la llamada culebra de Escalera, que habita en lugares secos y soleados, se trata de un reptil de 160 centímetros muy ágil. Tampoco es peligrosa. Si cantas la tonadilla de los niños a la cama que ponen en la tele, la Escalera cierra los ojitos y todos a dormir.
El problema es nuestro, dice Mengual: "Porque las serpientes fueron expulsadas de su hábitat y cada vez tienen menos espacio propio, y en consecuencia se meten donde pueden".
Yo tengo amigos a los que les pasa lo mismo. Ya no saben dónde esconderse para que no los pille el Agente Urbanizador. Están dispuestos a instalarse en Terra Mítica sin la autorización del macilento Zaplana. Y no son serpientes, aunque desearían serlo.
Tan difícil se lo están poniendo a las serpientes en esta región que el día menos pensado las veremos salir por el retrete dispuestas a colarse en nuestro organismo a modo de solitaria, pero al revés.
Conviene tratar bien a las serpientes, seres vivos y no sólo una representación repugnante del veneno que los farmacéuticos enarbolan en su distintivo colegial: el reptil enroscado a una vasija.
Debemos protegerlas porque el beneficio que aportan al hombre es muy superior al supuesto daño que les atribuye la leyenda.
Claro que tampoco hay que pasarse y si tienes un caballo, o un mulo (como mi vecino), ya resulta más difícil aceptar estas sugerencias proteccionistas. La llamada precisamente serpiente de Herradura (serp de ferradura) ataca en un santiamén la pata del equino, y si el cuadrúpedo cocea al aire lo más probable es que alcance al amo antes que a la culebra.
En estos fértiles valles se va perdiendo poco a poco el cultivo tradicional de la vid, el almendro a cambio del cemento rápido. Creo que me entienden. Por ello, un poco de emoción zoológica no va mal.
Las serpientes son una especie protegida, añade el farmacéutico. Y esto conviene recordárselo a los devotos de María Santísima cuando se postran ante sus afanosos pies con los que machaca la cabeza del indefenso animal. O pies desnudos, o ratas con los que entretenerlos. "Son siempre mucho mas nocivas que las serpientes", sentencia Juan Mengual.
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