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Crítica:CLÁSICA | XI Ciclo de Lied
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Schubert y la emoción

El barítono Thomas Hampson y el pianista Wolfram Rieger, tan queridos en Madrid, inauguraron anteayer el XI Ciclo de Lied con una de las obras cumbres del Romanticismo: el ciclo de canciones Viaje de invierno, de Schubert. El público recibió a los artistas con una inmensa ovación. Todavía se mantiene en carne viva la fuerte impresión que causaron hace unos años con Mahler. Schubert, en cualquier caso, es otra historia. La memoria tiene referentes cercanos en el teatro de la Zarzuela con las versiones de Goerne o Quasthoff, por ejemplo, para Viaje de invierno, sin necesidad de remontarnos a Hermann Prey. La apuesta interpretativa era, pues, como siempre en esta obra, complicada.

Winterreise (Viaje de invierno)

De Franz Schubert. Con Thomas Hampson (barítono) y Wolfram Rieger (piano). Inauguración del XI Ciclo de Lied. Fundación Caja Madrid. Teatro de la Zarzuela. Madrid, 20 de septiembre.

Lo solventaron con dignidad. El barítono norteamericano es un artista con un extraordinario poder de comunicación. Su voz no estaba anteayer en la plenitud de forma que exhibió hace unos años, por ejemplo, con esta misma obra, en Bezau, dentro de la Schubertiade de Schwarzenberg en Austria. Ciertas asperezas, limitaciones en las medias voces, abundancia de efectismos limitaban de alguna manera la naturalidad del discurso musical. Pero Hampson dio la vuelta a la situación y llevó las dificultades al terreno más favorable para él, planteando una lectura dramática, directa, brillante en ocasiones, dirigida directamente a la emoción aunque con un punto de distancia. Consiguió tocar la fibra sensible de la mayor parte del público y el recital acabó en un clima de apoteosis.

Matices de Rieger

La estrella, sin embargo, anteayer fue el pianista. Rieger ha dado ya varias lecciones memorables en estos ciclos desde su papel de acompañante. Su actuación en esta ocasión rozó lo portentoso. Asumió el protagonismo cuando la situación lo requería y se adaptó a la perfección a los tiempos marcados por Hampson. Todo ello sin el más mínimo afán de protagonismo. Con flexibilidad, desplegando una variada gama de matices, con una musicalidad admirable.

El público reaccionó con un entusiasmo desbordante. Los artistas habían logrado, evidentemente, esa conexión siempre soñada con la sala. Habían transmitido emoción. Ante ello, todo lo demás es superfluo. El ciclo de Liedem pieza así con un éxito rotundo.

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