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Columna
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Sacudida

Al llegar a la exposición de Pilar Albarracín en las Reales Atarazanas de Sevilla, lo primero se ve son las propias Atarazanas, claro, con su belleza sobrecogedora; pero enseguida llama la atención lo que allí ocurre porque, como dijo una experta, es una exposición muy bien elegida para el lugar, lo que no debe ser fácil en un espacio tan grande y con esos arcos tan imponentes que pueden menguar y deslucir las obras de arte o absorber y disimular la exhibición. En este caso influye tanto la dimensión de los objetos como la potencia con la que la autora se comunica con el espectador.

El primer episodio es un gran número de trajes de flamenca colgando muy apretados para formar un techo con su marejada de colores rizados. Inmediatamente sobrevuela una gran tira de lienzo blanco a modo de pancarta en la que, con letras rojo sangre, se expresa un grito de amor: Te quiero, Jose. Una confesión tan firme y tan intensa en un tema complejo y cada vez más efímero como es el amor, no me atrevo a decir que tranquilice, pero sí creo que complace. También hay un puesto de tiro de feria con mucho sentido del humor y que a primera vista no se conecta con la artista, sino que más bien parece una profanación del lugar.

Todo esto se puede tomar como introducción, pues la tranquilidad y la complacencia duran poco: a continuación se descubren grandes pantallas en las que se proyectan sucesos sorprendentes, fuertes, diferentes y repetidos todos sin descanso. Sesgadas entre los arcos, se pueden ver varias pantallas al mismo tiempo y entre ellas hay que escoger la primera a la que acercarse. Acercarse con cuidado, porque si desde lejos sorprende la belleza del colorido, desde cerca se reciben golpes de lucha, furia y angustia prolongada hasta el infinito. Un vídeo con taconeo es magnífico; otro con cante, un estacazo; el de los lunares del traje de flamenca blanco es una historia de miedo; el de la cabra, una catarsis y el de la banda angustioso. La protagonista es siempre Pilar Albarracín, el medio son las imágenes tópicas nacionales y el precio que hay que pagar es mucha sangre; que puede ser objeto de rechazo o de atracción. Según. En cualquier caso, si la palabra placer no es la adecuada, sí lo es impacto, interés, sacudida, capacidad, y un catálogo estupendo con ideas complementarias que merece la pena leer.

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