Nos queda la palabra
Últimos coletazos. Últimas oportunidades. Sólo queda una semana para disfrutar de algunas buenas exposiciones con fecha de caducidad, dentro y fuera del recinto de la Diagonal. Lo mismo para participar en debates. Desde ayer, uno especialmente prometedor en el terreno de los derechos humanos, y a partir del próximo miércoles, en el de la justicia social. Dos grandes cuestiones para el futuro más inmediato: la proclamación de derechos llamados "emergentes" y el intento de conseguir que la inevitable globalización llegue algún día a ser, al menos, justa. No es poca ambición. Esperemos que se cumpla el dicho y lo mejor se haya guardado para el final.
Mientras tanto, hemos vivido una mezcla relativamente explosiva entre literatura y bajas pasiones. Y no me refiero solamente a la imagen de Vargas Llosa rodeado de objetos fálicos en el Palau de la Virreina, deleitándose con Eros. Si hay que hablar de bajas pasiones, para mí es sobre todo en referencia a la violencia entre humanos. Nos tenemos por la más excelsa de las especies terrenales y no hay más que observar el refinamiento o la bestialidad (indistintamente) con que somos capaces de matarnos entre hermanos. Reclama Solana que dejemos, los europeos, de ser tan hipócritas y nos rasquemos el bolsillo si de verdad pretendemos conseguir la intervención efectiva de Europa en las crisis humanitarias. No le faltará razón, pero hay un montón de economistas prestigiosos que sostienen con igual tesón que es posible ser tanto o más fuertes sin necesidad de alimentar aún más la carrera armamentística. La fortuna ha querido que ese debate haya coincidido con Kosmopolis 04, con lo que el mejor contrapunto al armamentismo no lo han dado los expertos en la materia, sino los magos de la palabra, lo cual siempre resulta mucho más gratificante. Siempre nos quedará la poesía.
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