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Reportaje:ARQUITECTURA

Rehabilitaciones sin conflicto

La última gran polémica relacionada con el patrimonio arquitectónico fue la de la rehabilitación del teatro romano de Sagunto y la próxima avivará los rescoldos de la que creó el proyecto de ampliación del Museo del Prado, cuyas obras están próximas a terminarse. Aunque es cada vez mayor el interés que la arquitectura suscita entre el gran público, la ciudadanía sólo suele movilizarse contra la alteración de entornos o paisajes históricos. Entonces se aprecia realmente la distancia entre su sensibilidad y la de los arquitectos. Con todo, éste es un asunto que también divide a los profesionales y en ocasiones enfrenta a las instituciones, y que desborda los razonamientos intelectuales para entrar de lleno en el terreno de lo subjetivo: además de valor artístico, el monumento posee valor sentimental porque forma parte de la memoria colectiva.

"Además de valor artístico, el monumento posee valor sentimental porque forma parte de la memoria colectiva"
"Más que con la arquitectura, la gente se muestra especialmente sensible con los espacios urbanos"

Declarada ilegal por el Tribunal Supremo, pero difícilmente reversible, la obra de recuperación del teatro romano de Sagunto que llevaron a cabo Giorgio Grassi y Manuel Portaceli constituye un caso extremo -por lo radical de la intervención (se restituyeron partes desaparecidas hasta que el teatro dejó de ser una ruina), por los numerosos actores implicados en la discusión acerca de la legitimidad de una transformación tan sustancial y por el uso partidista que han hecho de ella algunos políticos-, pero no es el único; son habituales las controversias a propósito del patrimonio. En dos de las más recientes se han visto implicados Rafael Moneo y Francisco Mangado, autores respectivamente de unas viviendas en la plaza abulense de Santa Teresa y de la reordenación en Madrid de la plaza de Felipe II. Si Moneo ha sido criticado por no guardar con su edificio las proporciones de la plaza -incluida en el casco antiguo, declarado patrimonio mundial por la Unesco-, los argumentos en contra del proyecto de Mangado por parte de asociaciones vecinales y colectivos ciudadanos tienen que ver con la posición que en éste ocupa el Dolmen de Dalí, una obra última del artista que fue legada a la ciudad en 1986.

"Más que con la arquitectura,

la gente se muestra especialmente sensible con los espacios urbanos". Quien habla es José Ignacio Linazasoro, un arquitecto con amplia experiencia en la restauración de edificios históricos (la iglesia de Valdemaqueda está entre sus obras más celebradas), a cuyo cargo ha estado la remodelación en el madrileño barrio de Lavapiés del conjunto de la plaza de Agustín Lara y las Escuelas Pías de San Fernando, que estaban en ruinas desde la Guerra Civil y albergan ahora un aulario y una biblioteca. "La gente empezó a llamarla la plaza de los obstáculos", recuerda Linazasoro, "por unos elementos de ventilación del aparcamiento subterráneo que finalmente se cambiaron". Él mismo tomó la iniciativa de reunirse con los vecinos para explicarles lo que iba a llevar a cabo y piensa que las protestas -y los cambios una vez empezada la obra- podrían haberse evitado si éstos hubieran estado al tanto del proyecto desde el principio (habla desde su experiencia en la ciudad francesa de Reims, donde realiza otra plaza). La intervención en las Escuelas Pías, en cambio, ha sido bien recibida. La imponente mole de la iglesia acoge ahora una biblioteca y un aulario sin perder su imagen intemporal y evocadora, el esplendor de la ruina, la textura del pasado; Linazasoro no ha querido contraponer lo antiguo y lo nuevo, sino someterse a la presencia de lo existente y expresarse a través de la construcción y los materiales: ladrillo de tejar, hormigón, madera. El tambor del templo ha quedado tan desnudo como lo encontró; los vidrios que protegen los grandes huecos de la fábrica antigua se han colocado a haces interiores y sin que se aprecie la carpintería; en el suelo de la nave de la iglesia se han aprovechado las losas de granito encontradas; la fachada de la biblioteca incorpora restos de una antigua portada de piedra; y el mobiliario, diseñado ex profeso como la iluminación, se ha concebido como si se tratase de una instalación temporal. La escala y el carácter de lo añadido no compromete la austeridad del monumento.

Carlos Puente, por su parte, dice haber abordado "con naturalidad" la restauración de la Hospedería de Fonseca, en Salamanca, construida en 1558 como ampliación del colegio mayor del mismo nombre y que ahora alberga un centro universitario con aulas, salas de exposición y audición. Este arquitecto madrileño, que ya realizó en Salamanca y con su entonces socio, Víctor López Cotelo, la rehabilitación de la Casa de las Conchas (y posteriormente la Biblioteca Universitaria de Ciencias), no ha recibido ninguna contestación popular o profesional por su trabajo, pero ha discutido mucho con las comisiones de patrimonio; todavía recuerda lo que les costó convencer a sus interlocutores del cambio de carpinterías en la fachada a la Rúa Mayor de la Casa de las Conchas.

Para Puente la historia no es fácilmente divisible, ni se puede acotar en parcelas; se trata de situarse frente a ella, no de enfrentarse con ella, y de asumir sin traumas el paso del tiempo. Él se considera sólo "uno más" de los que han tenido y tendrán relación con el edificio, alguien que le lava la cara al monumento y pone en valor lo que ya estaba allí. A pesar de ese discurso desacralizador o precisamente por eso, la recuperación de la Hospedería de Fonseca es una obra exquisita, delicada en su planteamiento y en su ejecución, donde lo nuevo no se esconde porque convive pacíficamente con el pasado.

Otro ejemplo de coexistencia

sin sobresaltos es el centro cultural El Musical, construido por Eduardo de Miguel en el Cabanyal, un popular barrio de Valencia convertido en símbolo de resistencia vecinal. Este enclave, en origen un asentamiento marinero (y declarado Bien de Interés Cultural), se ha visto amenazado por un plan de reforma urbana que fractura su apretado tejido urbano con la prolongación de la avenida de Blasco Ibáñez. A los habitantes del barrio se han unido arquitectos y artistas, colectivos universitarios y culturales en una prolongada y sonora reivindicación que ha llegado hasta los tribunales de justicia de la Generalitat Valenciana y se encuentra pendiente de fallo. Entretanto, el que fuera Ateneo Musical de la plaza del Rosario ha recuperado su papel en la vida del barrio con un centro cívico y una sala polivalente para cuatrocientos espectadores.

En muros de doble hoja se alojan las circulaciones verticales, permitiendo además que la luz natural llegue a los interiores, incluida la sala, que ocupa el otro extremo del solar y se asoma a la calle. Un velo de listones de madera que se desliza hasta el suelo filtra la iluminación cenital en el vestíbulo, y la madera vuelve a aparecer en el techo de la sala como contrapunto cálido al predominio del hormigón visto. Del primitivo edificio, cuya conservación era inviable, sólo se ha mantenido la fachada, de estilo clásico, que vincula los usos actuales del edificio con los que tuvo. Como en las obras de Madrid y Salamanca, aquí el pasado resuena en el presente, pero no lo ahoga.

Ateneo El Musical de Valencia, transformado en centro cultural por Eduardo de Miguel.
Ateneo El Musical de Valencia, transformado en centro cultural por Eduardo de Miguel.DUCCIO MALAGAMBA

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