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Columna
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¿De qué 'oikos' hablamos?

La crisis de los astilleros ha vuelto a poner sobre la mesa, una vez más, la existencia de una contradicción aparentemente insuperable entre el mundo de la economía y el mundo de la política. Numerosos comentaristas se afanan en explicarnos que, de encontrarse una salida a la situación que permita conservar en todo o en parte los puestos de trabajo ahora en peligro, dicha salida estará basada en razones políticas, pero no en criterios económicos. De acuerdo con estos últimos, la construcción de buques no es rentable en nuestro país, por lo que resultaría imposible mantener los puestos de trabajo. Sin embargo, apuntan las mismas voces, razones de tipo político podrían aconsejar al gobierno prolongar de alguna manera una actividad industrial sin mucho futuro.

Resulta curiosa la manera en que las palabras han ido perdiendo su significado original para encarnar nuevas acepciones que, con su uso generalizado, acaban por admitirse con pasmosa naturalidad. En la manera en que está planteado el mencionado debate sobre el fututo de los astilleros, el término economía debería traducirse por rentabilidad empresarial, y la palabra política parece quedar reducida a algo así como capacidad de presión de un grupo social específico.

Así las cosas, economía y política vendrían a representar, respectivamente, el interés empresarial, y la influencia electoral del conflicto generado. Pero como estamos hablando de una empresa pública, no existiría un interés empresarial particular, por lo que los trabajadores serían los únicos que representan intereses corporativos en esta película. El interés general -léase la economía, entendida como rentabilidad de una empresa pública- estaría pidiendo a gritos el cierre, pero la capacidad de presión de los sindicatos propiciaría una salida política.

Sin embargo, el guión podía ser otro distinto si los términos que se utilizan recobraran su significado original, sin retorcerlos para representar otras cosas. Así por ejemplo, la palabra economía, en su sentido aristotélico más profundo, nos remite a oikos -casa- y viene a significar la administración recta y prudente de los bienes. La política, por su parte, simboliza el arte de gobernar y de dictar normas y leyes que aseguren el interés general. Vistas las cosas de esta manera, no existiría la supuestamente manifiesta incompatibilidad entre razones económicas y políticas a la hora de analizar ésta y otras situaciones, si bien permanecería intacto el problema de decidir como se administran los bienes de la casa de manera más recta y prudente, y cual es el interés general que debe ser tomado como referencia.

Si observamos la realidad que nos rodea, no existe una única manera de interpretar este asunto. Así, nos hemos acostumbrado, sin rechistar, a gastar en alimentarnos mucho más de lo que sería necesario, si en vez de subvencionar a los agricultores europeos y cerrar las fronteras a los productos de otros lugares, nos dejaran comer estos últimos. En este caso, hemos decidido que el interés de nuestros agricultores representa el interés general, y de acuerdo a ese criterio -ajeno por completo a consideraciones de rentabilidad empresarial, o al interés de los consumidores- administramos nuestra casa, nuestro oikos.

En otro sentido, nuestros gobiernos se muestran remisos a cumplir con el protocolo de Kioto en materia de emisiones de CO2, argumentando que ello tiene elevados costes económicos. Al parecer, como las generaciones futuras aún no ocupan un lugar en la casa, sus intereses no cuentan en la prudente administración de los bienes y, encima, como no han nacido todavía, no tienen quien haga presión en su favor, por lo que tampoco forman parte de lo que algunos entienden por política.

La conclusión parece ser que, en estos atribulados tiempos de globalización, nadie sabe de que oikos hablamos -la escalera de la comunidad, el barrio, la ciudad, el país, Europa, el mundo...-, cuando se trata de administrar los bienes y decidir sobre el interés general. Y, probablemente, seguirá siendo así mientras el debate económico y el debate político continúen empobreciéndose, y alejándose de una realidad cada vez más compleja que reclama a gritos otra metodología de análisis.

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