Descaste, carretones e invalidez
¿Quieren una sola palabra para definir la tarde? Con mucho gusto: horroroso. Ni toros ni emoción, claro. La tarde tuvo de taurina lo que un astronauta pueda tener de picador. Nada. En los toros de ayer, ni casta, ni poder (¡qué es lo que estoy diciendo!), de forma que se exhibieron seis lustrosos ejemplares, "agradables por delante" como dicen los taurinos, para que podamos comprender qué es el antitoro propiamente dicho: los seis que ayer murieron en Salamanca, para qué ir más lejos.
Enrique Ponce, con más moral que el Alcoyano, todavía hacía señas a la gente pidiendo calma. "Esperen ustedes, que ya verán cómo hago el milagro de sostener esta birria en pie". No era posible, y en una de sus preclaras muestras de poder pudimos admirar nuevamente la suerte del peón tirando del rabo a un toro que parecía el buey del belén. No me digan que eso no pone los pelos de punta. ¿Cabe algo más emocionante? No, ¿verdad? Lo resistimos porque está visto que el ser humano es capaz de los más profundos sufrimientos.
Lorenzo / Rincón, Ponce, El Capea
Toros de Carmen Lorenzo, el último de Hermanos Gutiérrez Lorenzo. Terciados, descastados, dóciles en el mejor de los casos, faltos de poder e inválidos 5º y 6º. César Rincón: dos pinchazos, corta baja (bronca); media que escupe, seis pinchazos, uno hondo, descabello (bronca). Enrique Ponce: pinchazo, estocada contraria -aviso-, descabello (débil petición y vuelta); pinchazo, uno hondo bajo que escupe, media, dos descabellos (silencio). El Capea: estocada baja (oreja); pinchazo y estocada corta (aplausos). Plaza la Glorieta, 14 de septiembre. 3ª de feria. Poco más de tres cuartos de entrada.
Otros animalitos, segundo y tercero, fueron sendos carretones, como amiguetes de toda la vida, que casi pedían permiso para embestir, si es que a eso se le puede llamar embestida.
Seguiría sin saber cómo terminar (lo mismo que los toreros sus interminables faenas) cantando en este caso las virtudes de uno de esos toros que llaman "de garantía" y que se quitan de las manos los toreros que pueden elegir ganadería. Pero como sería repetirme (igual que los toreros en sus trasteos), lo dejo. Abrevio y entro a matar. Lo dicho: horroroso.
Y para rematar una tarde cumbre, ¿qué faltaba?, pues un torero veterano, ganador de un merecido prestigio, que pierde los papeles aparatosamente, nada de disimulos; por las bravas. César Rincón, ¡quién lo iba a pensar! Pues como lo oyen.
Ante su primero, blando y rebrincado, el torero se le quedó mirando como pensando qué hacer, y cuando lo decidió, optó por la prudencia, que en la vida corriente es virtud, pero en el toreo pecado mortal. Anduvo el torero como si tuviera delante un pregonao. Y hubo rechifla, porque nadie, salvo él quizá, vio un peligro que justificase tanto desconcierto.
Con el otro, que quizá tuvo su chispa de guasa, nueva pérdida de papeles. Medroso, a la defensiva y descompuesto.
Ponce, a su primer amigo, lo toreó templado y distante, cosa que sorprende tratándose de dos amigos que coinciden una tarde, y abusó de la amistad metiendo todo el pico que le dio la gana sin escuchar una sola protesta. Ahora se torea así. En el quinto, que se caía a chorros y hubo que tirarle del rabo, fue donde pidió paciencia en un alarde de optimismo indudable.
El Capea, voluntarioso, sigue la senda que marcan los maestros, o sea, citar fuera de cacho, meter el pico y vaciar hacia fuera.
Tarde horrorosa que no le deseo ni al que más gordo me caiga.
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