La miseria agrícola
"Hace tiempo que nos dicen que ya todo se andará;
aquí lo único que anda es la gente que se va,
que camina con su casa y nunca más volverá".
José Antonio Labordeta
Como una fase más del ciclo de la naturaleza, después de la preparación del campo, la siembra, el riego, el cuidado y por fin la cosecha de los frutos de la tierra, podemos observar al sector rural en marchas, cortes de carreteras y otras formas de llamar nuestra atención y la de las administraciones. Las cifras, así sólo como datos, unos detrás de otros, pueden no ser la mejor forma de explicar el porqué de todo esto. Pero en algo nos ayudará, al resto de ciudadanos, para ponernos en la piel de las mujeres y hombres que, día a día y de sol a sol, producen nuestros alimentos: agricultores, ganaderos y pescadores.
Empecemos haciéndonos a la idea de que desde 1996 hasta hoy, su renta, su sueldo, no sólo no ha mejorado, sino que ha sufrido un descenso. En términos reales ha disminuido el 7,3%. Esto se debe en primer lugar a que en los últimos ocho años los precios que se pagan a los agricultores por sus producciones agrícolas han descendido el 1,1%, mientras que para los consumidores los precios de dichos productos han aumentado el 10,8%. A esto se añade que las ayudas de la Política Agraria Común, complemento de sus rentas, están repartidas muy injustamente: el 20% de los perceptores acapara el 73% de las mismas.
Continuemos imaginando que su salario está al 60% de la renta por trabajador del conjunto de la economía española. Háganse cálculos y será fácil comprender que 112.650 agricultores abandonaran esta actividad en estos últimos ocho años. Hoy, en España, sólo el 6,8% de la población activa está en el sector agrario, y en Cataluña un escaso 3,5%.
La crisis del mundo rural nace de las entrañas del modelo agroindustrial del que nos hemos dotado, que con nuevos métodos y prácticas de cultivo ha conseguido asegurar la producción de alimentos con menos puestos de trabajo, con altos costes medioambientales y produciendo alimentos no siempre de mejor calidad que los de antaño. Pero sobre todo ha dejado a las explotaciones familiares con verdaderas dificultades para sobrevivir, y al campo español y catalán prácticamente abandonado y desierto.
Muchas son las causas de esta situación, pero hoy queremos centrarnos en la que ya hemos apuntado: el precio al productor. ¿Nos damos cuenta de que nadie puede evaluar el trabajo del sector campesino? ¿Sabemos realmente lo que cuesta un kilo de alcachofas o una docena de huevos? No, y así no es de extrañar el desprestigio de la profesión y la poca valoración que -a algo tan importante como son los alimentos- le damos. Como decía un resignado vaquero de Asturias: "Hoy, la gente recorre varios kilómetros para ir al supermercado donde comprar la comida más barata, subida en el coche más caro que se pueda permitir". Es muy difícil conocer lo que cuesta cada alimento, pero pensemos que del precio que pagamos por las verduras y hortalizas sólo el 26% llega al productor, y en el caso de los huevos, la leche y la carne, apenas el 40% llega al ganadero.
A su vez, esta política agraria productivista, de precios maquillados, genera grandes excedentes que de alguna forma se tienen que colocar. Cantidades inmensas de alimentos salen subvencionados directa o indirectamente a inundar los mercados de los países empobrecidos del Sur, produciendo el fenómeno conocido como dumping. Es decir, que llegan productos a precios más bajos que los precios de producción locales, impidiendo entonces el progreso y bienestar de millones de familias de estos países, cuya única actividad es la agricultura y la ganadería. No es de extrañar que la pobreza y el hambre sigan avanzando en el planeta, en especial en los sectores rurales, paradójicamente los sectores que pueden producir la comida.
Ante esta situación y en diversos colectivos se reivindica una nueva política agraria basada en precios remuneradores y el control de la producción. Estos precios, desde luego, deben cubrir los costes de producción, incluida la mano de obra del agricultor, pero también deben tener en cuenta el coste medioambiental, y la calidad y la seguridad alimentaria para favorecer así la agricultura respetuosa con el medio ambiente y de calidad ante el consumidor. Con precios justos y armonizando la producción total con las necesidades de consumo europeo, se evitará la competencia desleal y la especulación que tanto perjudica a los países del Sur. Entonces sí, las políticas de cooperación al desarrollo, los programas de mejoras sociales y productivas y todas las ayudas que se generan desde aquellos países -mediante la cooperación oficial o desde la cooperación de las ONG- podrán suponer resultados positivos para cambiar tantos y tantos paisajes.
Gustavo Duch es director de Veterinarios sin Fronteras. Andoni García es de la ejecutiva de COAG.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.