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Bordando la pintura

Cuando se piensa en un arte políticamente correcto, y esto tanto para bien como para mal, podría pensarse en el de Ghada Amer. Nacida en El Cairo en 1963, emigrada con sus padres a Francia, con dificultades para sentirse plenamente francesa y con serios problemas para asumir el velo musulmán y el medievo en general como signo de identidad cultural y de sexo, decidió, et pour cause, convertirse en "artista internacional" y se instaló en Nueva York, en donde ahora reside.

Así pues: al no ser occidental, sino de raigambre islámica, al no ser ni europea o americana, ni asiática, sino africana, y al no ser varón, sino mujer, y pretender pese a todo dedicarse a la pintura, ¿qué hacer? Ghada Amer trató de afirmarse en la diferencia y se puso a "descubrir la forma de pintar de una mujer", y la halló en el bordado y en la tematización del deseo. Comenzó bordando los drippings del expresionismo abstracto, que le pareció, siguiendo el triste tópico, la pintura más emblemáticamente masculina, y convirtiendo los espontáneos chorreos de pintura en una especie de sutil, concienzuda, laboriosa, artesanal y, por ende, femenina tarea textil, como la de Penélope, a la que tampoco era ajeno, por cierto, el componente erótico.

A este relativo absurdo conceptual, al hilo del cual surgieron, ciertamente, no pocas pinturas elegantes, llamativamente hermosas, añadió más tarde otra vertiente también presuntamente femenina: la del diseño o la instalación de jardines. Desde luego, éste es un asunto algo más discutible desde el punto de vista de lo femenino, en la medida en que jardineras ha habido siempre menos que jardineros, y que los jardines, por domésticos que se quieran, han sido generalmente diseñados por varones (mientras que justamente la selva, su más obvio contrario, ha sido considerada virgen).

En conjunto, la muestra nos habla de su época, y se sitúa en uno de esos enclaves transculturales de donde nace lo mejor y lo peor, lo más interesante y lo más fácil. En cualquier caso, se hace evidente que Ghada Amer ha sabido hacer de la necesidad virtud. Y eso en el arte, como en la vida, vale tanto como un tesoro.

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