Ante este horror
Lo ocurrido en la escuela de Beslán la semana pasada constituye otro capítulo de la secuencia del horror sin límites que se inició hace ahora tres años en Nueva York. No sé qué es lo que se puede decir ante el horror, una sensación que despierta reflejos animales y que paraliza nuestra capacidad de pensar. Y tenemos que pensar. Y para ello quizá debamos rechazar las imágenes. Digo quizá, porque no estoy seguro de ello, pero parece evidente que se están convirtiendo en un instrumento del terror, para sembrar y difundir el horror. Desde que hace tres años quedamos imantados por las imágenes de la destrucción de las torres gemelas -¿cuántas veces las vimos a lo largo de aquel día y en días sucesivos?-, los terroristas no desestiman el poder de la imagen para sembrar el horror y el caos en las mentes de las masas occidentales. ¿Qué podemos decir después de lo que hemos visto? ¿Qué estamos diciendo después de lo que hemos visto? La respuesta es: nada coherente.
La masacre de Beslán sitúa el conflicto checheno en el primer plano de la actualidad. Era, casi con seguridad, lo que pretendían los terroristas que asaltaron la escuela, aunque cabe decir que lo sitúa en la actualidad de una manera distorsionada. A mis ojos, lo ocurrido en Beslán es un capítulo más del horror sin límites, lo que diluye el conflicto checheno en la secuencia indiferenciada de la barbarie. Las reacciones que se pueden esperar de una percepción de esta naturaleza son muy primarias, y son así de hecho las que estamos manifestando estos días. Cerramos filas ante el horror o huimos ante el horror, lo que traducido al caso que nos ocupa quiere decir: ciegamente a una con Putin o ciegamente en contra de Putin. Y seguramente hay que estar con Putin en este caso, pese a los errores que se hayan podido cometer en su desenlace, sin que esto signifique que haya que estar con él en la política que está llevando a cabo en Chechenia.
Cuando escribo estas líneas, las noticias sobre el modo en que se produjo el trágico desenlace del secuestro siguen siendo imprecisas. Pero no albergo ninguna duda sobre quiénes son los responsables de lo ocurrido. Una escuela sembrada de bombas y con más de mil rehenes no es ninguna charada, sean cuales sean los objetivos que se pretenden lograr con tamaña barbarie. Quienes la perpetraron conocían sus consecuencias y no es lícito liberarlos de una responsabilidad que pasaría por delegación a aquellos con los que pretendían negociar. En la balanza de la negociación el peso criminal estaba del lado de los terroristas, era eso lo que ellos ponían, y fue eso lo que cosecharon. En ese momento no hay causa buena adherida a las bombas, la única causa justa es la de las personas secuestradas que ven su vida pendiente de un hilo. ¿Se puede buscar o negociar humanidad a través de la inhumanidad? Sí, o al menos se hace, pero ocurra lo que ocurra, la inhumanidad nunca cambiará de lado. Es una transacción con la que también juegan los terroristas, pero debe quedar claro que esa transacción es imposible.
Ahora bien, Putin no puede utilizar a las víctimas, como ya lo hizo con las del teatro Dubrovka, convirtiéndolas a su vez en rehenes de su nefasta actuación en Chechenia. Esas víctimas señalan a sus asesinos, condenando su actuación; en ningún caso justifican la política chechena del presidente ruso. Y todos los interrogantes sobre la gestión de la crisis de Beslán por las autoridades rusas caben en esa sospecha: ¿por qué todos los secuestros criminales en Rusia acaban de forma tan catastrófica?, ¿necesita Putin el horror, un horror tangible, para recabar argumentos para su política? La sublevación chechena es, o era, un conflicto local, bastante marginal en el escenario internacional, en el que el presidente ruso ha podido actuar a sus anchas ante la indiferencia del mundo. Su fracaso lo lleva a exigir el apoyo del mundo, o su adormecimiento, para seguir actuando a sus anchas, y nada mejor para ello que subsumir un problema local en el maremagnum del terrorismo global. Ese ha sido su argumento recurrente: la resistencia chechena es también Al Qaeda.
Lo sucedido en Beslán puede acabar por darle la razón ante el mundo -al margen de que su argumento sea o no verdadero-. Gracias, por supuesto, a la actuación del comando secuestrador, que habrá conseguido sacar el conflicto checheno del anonimato, incorporándolo -en nuestra percepción- al único problema que en verdad nos importa: el de la barbarie del terrorismo de raíz islámica. ¿Una victoria? Si lo es, ¿de quién?
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