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Columna
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Bienal alternativa

Reparábamos no hace mucho un grupo de amigos, amantes de la cultura andaluza, en una curiosa circunstancia: tres de las palabras más importantes de cuantas nos definen -flamenco, guitarra y gazpacho- carecen de una etimología acordada. En torno a las tres siguen discutiendo los especialistas. Debe ser el destino fatal de un pueblo fatalista, o alegre, según se mire, eso de poseer unas raíces tan hondas que al cabo resultan inalcanzables. Por algo se le llamó jondo al cante que estos días nos deleita, nos conmueve o nos remueve en la XIII Bienal. Fue sin duda un intento bien intencionado, aunque infructuoso, de Falla y García Lorca, por zanjar la discusión en torno a cómo denominar a la forma "auténtica" de esta endiablada música, que ni es folclore ni deja de serlo, popular pero menos, gitana y tampoco. ¿Pues qué demonios será?

Ya las bibliotecas están llenas de controversias entre arabizantes, hebraístas, gitanistas, mozarabistas, y últimamente greco-bizantinistas, que de todo hay. Tan de todo, que estamos llegando a un punto de colapso intelectual, es decir, a quedarnos sin una teoría alternativa, que es lo peor que puede ocurrirle al pensar dialéctico. Aquello de: ¿y no será que la verdadera explicación está en otro sitio? Por mi parte, prefiero la sospecha: si no hay vestigio de nada que pueda parecer medianamente flamenco más allá de la segunda mitad del XVIII, ¿no será que todo él nació aquí mismo, en tiempos relativamente recientes, como una singularidad genuina del pueblo andaluz, y ya está? (El hecho de que se fuera formando ante las meras pelucas de los ilustrados, sin que éstos lo vieran, no iría en contra de esa hipótesis, sino al contrario, pues no sería la primera vez que la cultura savant pasa de largo ante el genio creador de gente iletrada). Si los gitanos de otras latitudes nada cantan ni bailan que ni de lejos se parezca al flamenco; si todos los hermanamientos con las músicas árabes, incluida la andalusí en el exilio, rechinan más que armonizan; si en cambio el flamenco levanta sus alas tremendas en combinación con otras músicas exóticas (ahí está ese híbrido maravilloso de Diego el Cigala y Bebo Valdés), ¿por qué tenemos que empecinarnos en la búsqueda de un origen remoto y "auténtico"?

Tales cuitas alternativas me acometían el sábado pasado en La Fundición, una de las salas de la llamada "Bienal alternativa", precisamente, mientras me conquistaba de pleno la actuación de María Peña, Jesús de la Frasquita (y la guitarra de Antonio Moya, seguidor predilecto del llorado Pedro Bacán -anótenlo bien-). Jóvenes valores de la estirpe utrerana de Gaspar, Pepa de Benito, los Pinini y los Perrate, y enreos familiares varios dentro de la gran familia lebrijana de los Peña. Intrincadas raíces, garantías de futuro. Y más paradojas de este misterio: con artistas así, pronto lo más viejo estará de última. Y qué jondo llegaban las letras del melodrama decimonónico, en un precioso andaluz popular: "Oleás de la má, / qué fuerte venéis. /Que z´habéis llevao a la mare de mi arma, / y no la traéis". O este desplante de libertad: "Compañerita, no me regañes,/ que agarro mis babuchitas, / y el campo no tiene llave". Y el flamenco, tampoco.

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