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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Insolidaridad

Los fondos estructurales de la Unión Europea no deben ser aprovechados para que empresas instaladas en un país miembro se deslocalicen a otros con menor presión fiscal. Pero para que se desarrollen los países o regiones más atrasados, como los que se acaban de incorporar a la UE, necesitan el empuje de la política europea de cohesión y la llegada de capitales. Por eso resulta no sólo insolidaria, sino contraproducente, la propuesta que el ministro francés de Finanzas, Nicolas Sarkozy, quiere plantear al próximo Ecofin de este fin de semana: que las economías con impuestos sobre sociedades por debajo de la media europea no puedan recibir tales fondos. De haber sido así en su día, España, Irlanda, Grecia o Portugal se habrían quedado atrás.

La Unión, hoy de 25, y mañana de 27 o más, no se podrá integrar con los actuales desniveles en riqueza. El fenómeno de la deslocalización plantea problemas, pero la respuesta inteligente no está en impedir el acceso a los fondos estructurales a los países que, como suele ser habitual, aúnan menor nivel de riqueza con una menor presión fiscal, sino en avanzar progresivamente hacia una mayor armonización fiscal, aunque sea al principio sólo entre los que pueden y quieren. También resultan razonables las limitaciones que propone la Comisión Europea para que las empresas que se han beneficiado de estos fondos no puedan trasladar sus actividades hasta pasados algunos años. De otra forma, se estarían subvencionando desde Bruselas las deslocalizaciones. Aunque nada impedirá la inversión en nuevas actividades. Además, lo que deben hacer países como España, que sufren la competencia de nuevos miembros menos ricos pero con buen capital humano, es invertir en formación, conocimiento, infraestructuras e I+D.

La construcción europea no es un juego de suma cero en el que lo que gana uno lo pierde el otro. Hasta ahora, todos han salido ganando -unos más que otros- gracias a un sentido de la solidaridad y del destino común, que hay que preservar.

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