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Columna
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Guerra sin cuartel

La presencia del terrorismo en dosis masivas como acreditan los atentados del 11-S de 2001 contra las Torres Gemelas y el Pentágono, los del pasado 11-M contra los trenes de Atocha en Madrid o el de la escuela de Beslán en la república rusa de Osetia del Norte está promoviendo la vuelta al recurso de la guerra primero en el plano dialéctico pero enseguida en forma de bombardeos en Afganistán o en Irak. Fue el actual presidente de Estados Unidos, George W. Bush, quien se declaró en guerra contra el terrorismo. Y conviene atender a la expresión de Bush porque estaba y sigue cargada de graves consecuencias. Al utilizarla se reclamaban poderes excepcionales, como los anudados en la Patriot Act, que franqueaban el umbral de los procedimientos aceptables para tiempos de normalidad donde siempre están tasados. Era como si bajo la declaración de tiempos bélicos todo estuviera permitido, cuando es bien sabido que ni siquiera en la guerra puede campear el todo vale, que incluso los prisioneros enemigos tienen el amparo de las Convenciones de Ginebra y que la tortura está abolida como la esclavitud por Naciones Unidas.

En España tenemos larga experiencia de la amenaza terrorista. Una amenaza sostenida sin desmayo décadas después de la instauración de la democracia que garantiza la Constitución. Por eso hemos aprendido bien que la defensa de las libertades para todos necesita del concurso de todos y que no puede ser delegada en las instituciones castrenses. La desarticulación del terrorismo es sobre todo misión de los servicios de inteligencia y de la policía y los terroristas deben ser detenidos y puestos a disposición de los Tribunales de Justicia. Además, sabemos de modo indeleble que aquellos tribunales militares de la dictadura, en absoluto resolvieron ni aliviaron la situación. Semejante tecnología de la jurisdicción castrense, que aquí alcanzó enorme desarrollo con generales como García Rebull y Ordovás por citar sólo dos casos conocidos, se demostró inservible y por eso ahora nos asombra que empiece a ser utilizada en Guantánamo por nuestros queridos aliados norteamericanos.

A los españoles nos entristece que después de tantos años de vernos favorecidos por los magníficos ejemplos democráticos venidos del otro lado del Atlántico ahora tengamos que pensar en cómo protegernos de contagios y lamentables recaídas militaristas. Porque ya se sabe de la inconveniencia de disimular errores intolerables en las propias filas y porque si desistiéramos de denunciar los Guantánamos que vemos estaríamos acercando el momento en que terminaríamos aceptándolos como una solución adecuada para ser implantada entre nosotros. Al menos los mayores de la clase recordarán cómo después de uno de los atentados ocurridos en nuestro suelo, otro general que fue ministro de la Gobernación, Antonio Ibáñez Freire, anticipó la frase de Bush días después del 11-S, según la cual estaba dispuesto a encontrar a los pérfidos terroristas autores del atentado aunque se escondieran en el centro de la Tierra. Pero es inútil dar coces contra el aguijón y mientras se facilitó la salida de Estados Unidos de la familia de Bin Laden el bombardeo de Afganistán ha sido inútil para encontrarlo.

Alrededor de la Convención Republicana del Madison Square Garden de Nueva York se han dicho otras majaderías de grueso calibre que necesitaron pronta rectificación. Como ha señalado el Herald Tribune Bush tuvo toda la razón cuando afirmó que era imposible vencer una guerra contra el terrorismo, de la misma manera que tampoco puede anunciarse que se ha vencido una guerra contra la violencia, el mal, la enfermedad o la delincuencia. Al terrorismo es imposible derrotarlo mediante una guerra de esas que conocemos en la que un país resultaba vencido, sólo puede ser minimizado con ayuda de una estrategia de ámbito mundial a la que se incorporen todas las naciones que buscan la paz. Sucede que las amenazas que ahora enfrentamos, también las de carácter terrorista, en lugar de proceder de los poderosos vienen de los débiles, de los desesperados, que para nada se organizan en forma de Estados, que cristalizan en otros sistemas. Por ahí parece ir el plan que ha encargado el ministro Moratinos a Exteriores. Entre tanto, descolgado en Cernobbio (Italia), nuestro Aznar repite obsesionado conceptos ya por completo arrumbados sobre guerras y victorias, propios de Tartarín de Tarascón, ¿es que ya nadie le prepara un resumen de la prensa internacional?

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