_
_
_
_
_
Crónica:CIENCIA FICCIÓN
Crónica
Texto informativo con interpretación

'Yo, robot' y los cerebros positrónicos

Chicago, año 2035. Una megaurbe poblada por millones de humanos... y robots. La humanidad vive en plena vorágine tecnológica, su enésima revolución industrial. En ese clímax, la US Robots acomete el mayor reto de la historia: un robot por hogar, parece ser su lema.

El ayudante perfecto, el que nunca dice no: obediente, educado, eficaz... Dotado de los más altos principios éticos, un paladín de los valores humanos. Insobornable... Todos los robots de la USR responden a tan preciado perfil. La clave, tres leyes básicas, insertadas invariablemente en sus cerebros positrónicos:

1. Un robot no debe dañar a un ser humano, o por inacción, permitir que un ser humano sufra daño.

2. Un robot debe obedecer las órdenes que le son dadas por un ser humano, excepto cuando estas órdenes entren en conflicto con la Primera Ley.

Más información
Los robots escaladores toman la sede del CSIC en Madrid
Un traje biónico para ser tan fuerte como Sansón

3. Un robot debe proteger su propia existencia en la medida que esta protección no sea incompatible con la Primera o Segunda Ley.

Pero, ni todo el mundo disfruta de ese renacimiento tecnológico... ni todos los robots resultan tan inofensivos. Este es, a grandes rasgos, el argumento del reciente filme Yo, robot (2004), dirigido por Alex Proyas, que se inspira vagamente en la miríada de relatos cortos sobre robots que publicara el gran maestro Isaac Asimov, célebre divulgador y escritor de ciencia ficción, y autor de las llamadas tres leyes de la robótica (que aparecieron por primera vez, de forma explícita, en su relato Sentido giratorio, en 1942).

Años después de su publicación, las tres leyes, todo un hito en la historia de la ciencia ficción, se verían ampliadas con la llamada Ley 0: Un robot no debe dañar a la humanidad, o por inacción, dejar que la humanidad sufra daño (véase, Robots e Imperio, 1984).

Con excepción de la USR y uno de sus investigadores más carismásticos, la robopsicóloga Susan Calvin, poco queda de la obra original de Asimov en ésta, por otro lado interesante, adaptación cinematográfica. Acaso la curiosa naturaleza del verdadero centro de mando de esa legión de robots: sus cerebros positrónicos.

El positrón es una partícula subatómica, de masa idéntica a la del electrón, pero dotada de carga positiva. Constituye, por así decirlo, la antipartícula del electrón, y es la primera muestra de antimateria descubierta en el universo. Su existencia teórica se remonta a 1928, cuando el célebre físico Paul A.M. Dirac (1902-1984) propuso su teoría mecanico-cuántica del electrón, que admitía también soluciones para partículas dotadas de signo opuesto.

Tales hipótesis fueron confirmadas en 1932 por Carl D. Anderson (1905-1991), quien logró identificar al positrón en experimentos con rayos cósmicos, siendo galardonado con el Premio Nobel de Física en 1936 por su descubrimiento.

Los positrones se producen como consecuencia de diversos fenómenos: por ejemplo, en la desintegración beta+ de algunos núcleos radiactivos, o en la creación de pares electrón-positrón a partir de fotones gamma de muy alta energía.

El problema con los positrones, y con toda forma de antimateria en general, es que reaccionan de forma violenta en contacto con la materia ordinaria: así, la colisión entre un electrón y un positrón produce su mutua aniquilación, dando lugar a la emisión de dos fotones gamma. Existen técnicas de medicina nuclear basadas en este efecto, como la llamada tomografía de emisión de positrones (o PET).

En ella, se usan radioisótopos de vida media corta (como el 18F) que emiten positrones al desintegrarse. El radioisótopo se administra al paciente generalmente mezclado con glucosa. Ésta, utilizada como fuente de energía, tiende a acumularse en los tejidos cancerígenos, que utilizan más glucosa que los tejidos normales. Cuando los positrones emitidos por el 18F colisionan con los electrones de la materia circundante, se producen dos fotones gamma que son registrados por un escáner, aportando información valiosa sobre el estado del paciente.

Pero, claro está, construir un cerebro con un número ingente de positrones tendría el riesgo de, pese a su innata bondad, erigir a los robots en verdaderos bombas ambulantes, con su intensa emisión de rayos gamma, en cantidades presumiblemente letales para la humanidad. O cómo convertir Chicago en un (último) espectáculo pirotécnico. De ahí, quizás, el título Yo, Robot, como carta de presentación de la única especie viva en todo el planeta Tierra...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_