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Reportaje:PERFILES DE CINE | Jack Nicholson | CULTURA Y ESPECTÁCULOS

Ese cómplice inexplicable

De la misma manera que al mencionar el nombre de Marilyn Monroe a cualquiera le viene a la cabeza un revuelo sensual de faldas y sonrisa rubia, al escuchar el nombre de Jack Nicholson a más de uno se le dibuja su rostro de fauno enajenado, apareciendo en el centro de la puerta astillada que ha abierto a golpes de hacha en The shining (El resplandor), uno de los filmes de terror psicológico más impactantes que se han producido en los últimos treinta años. Al menos le ocurre a mucha gente de mi generación, para quienes aquella película educó sus juveniles paladares en el fermento del cine de terror y que pertenece por derecho propio a una aristocrática saga de películas como Psicosis y Rosemary's baby (La semilla del diablo), mucho más antiguas que la de Stanley Kubrick, pero igual de sombrías, inquietantes y perfectamente resueltas por otros dos grandes maestros del cine, Alfred Hitchcock y Roman Polanski.

Nos ha ido acomodando a la idea de que todos compartimos algo de esa rabieta metafísica, de esa atrabiliaria maldad y tozudez que burbujea en el corazón de sus personajes

La escena del escritor alienado a causa del extraño síndrome de las cabañas que persigue rengueando, hacha en mano, a su mujer (Shelley Duval) y a su hijo pequeño (Danny Lloyd) por las solitarias dependencias de un hotel abandonado es una de las más escalofriantes que recuerdo. Es cierto que aquella película -que vi por primera vez doblada al español mucho tiempo después y salí del cineclub con una confusa sensación de fraude- tenía un guión de altísimo nivel (de Stephen King, nada menos) y una dirección de irreprochable factura, pero Nicholson le imprime tanta fuerza a su personaje, rescata de su progresiva enajenación tal cantidad de matices que nada parece escapar a su colosal fuerza frente a la pantalla.

No era su primer papel importante, pues luego de un puñado de películas de serie B como Cry baby killer, El cuervo o la inolvidable The little shop of horrors (La pequeña tienda de los horrores), Nicholson acomete el último año de la década de los sesenta Easy rider, que en español se tituló En busca de mi destino, y donde comparte protagonismo con Peter Fonda y Dennis Hopper. Filme acerado y de arquitectura compleja en cuya dirección se lució Hopper y donde el propio Fonda se encargó del guión, Easy rider no es, sin embargo, en la vastísima y rica filmografía de Nicholson, la que más me guste, para consternación de mis amigos cinéfilos.

Ello quizá se deba a que al genial y controvertido Nicholson la madurez le ha ido confiriendo un sedimento de registros que lo ha llevado a papeles más disímiles y audaces, donde parece haber explorado sin pudor alguno dentro de sí para sacar, cada vez con mayor fuerza, esos personajes entrañables, esquivos, cargados de emoción, de manías, de fobias y bruscas explosiones que de no ser por la calidez que él les otorga sólo podrían ser repelentes o francamente toscos. ¿Cómo explicar de otra manera que -y para no irnos tan lejos en el tiempo- el homófobo, irascible, cruel y racista Melvin Udall de Mejor imposible termine por ganarse el amor de la sufrida Helen Hunt y de paso el de todos los espectadores? ¿Cómo no dejarse arrebatar por las payasadas del Joker, tan infinitamente superior al pusilánime Batman en aquel filme de Tim Burton? ¿Cómo escapar de su diabólica impostura en The witches of Eastwick (Las brujas de Eastwick), donde batalla con Susan Sarandon, Michelle Pfeiffer y Cher?

No sé si en la brusca asimilación de sus interpretaciones, en la repentina seducción de sus papeles -nunca dejamos de pensar en Nicholson cuando interpreta-, en esa inmediata ósmosis que se da entre los personajes de Nicholson y el propio Nicholson, tenga algo que ver el hecho de que, durante mucho tiempo, el pequeño Jack viviera en el catastrófico equívoco de creer que sus abuelos eran sus padres y su madre y una tía sus hermanas mayores. Abandonado por su padre, que se casó con su madre sin estar divorciado de su primera esposa, Nicholson tuvo una infancia dolida y solitaria y sólo a los 17 años decidió irse al otro extremo del país, a probar suerte en Los Ángeles, donde empezó como recadero de la Metro Goldwyn Mayer mientras estudiaba arte dramático en el Players Ring Theatre, donde conocería a James Coburn y a Roger Corman, quien le ofreció sus primeros papeles: aquéllos fueron años muy serie B, en los que el talento de Nicholson maceraba paciente en interpretaciones más bien dudosas.

Sus cejas arqueadas hasta lo inverosímil, bajo las que brillan colmados de malicia los ojos diminutos y una sonrisa que bordea el histrionismo y la crueldad -o la enajenación- convierten a Nicholson en un actor difícilmente olvidable, probablemente porque todo aquel rostro que es un gesto lleno de fuerza y personalidad no es más que la parte visible del ciclón que parece ponerse en marcha cuando enfrenta la cámara y se transforma en su personaje del momento: pero no es exactamente que Nicholson adopte el papel que le exige el guión, sino que más bien parece exprimirlo y hacerlo suyo, de tal manera que uno nunca deja de pensar en Jack mientras observa cómo se articula y se pone en movimiento su personaje. Esto, que en cualquier otro actor sólo sería la evidencia de que resulta incapaz de acomodarse en la piel ficticia de quien le corresponde en la película, en los grandes como Nicholson se convierte en una virtud -como en Michael Caine o Robert de Niro- porque su maestría, el oficio, la natural disposición para actuar, en fin, su potencia de registros radica en casi imperceptibles matices: Nicholson parece que no tuviera que actuar, que simplemente le basta con moverse ante la cámara y decir con su voz ronca y demoledora las cosas que tiene que decir para que se haga la magia y así, entre el reconcentrado Jack Torrance de El resplandor, el mefistofélico seductor Daryl van Horne de Las brujas de Eastwick o el impenitente solterón de su reciente Something's gotta give (Cuando menos te lo esperas), fluye una intensa aunque imperceptible corriente de similitud, como si en realidad el genial Nicholson estuviera prolongando otra faceta de su vida.

A tal punto que cuando alguna vez los paparazzi le siguen indesmayables hasta sacarlo de quicio o las cámaras de televisión le ubican en primera fila, alentando a Los Ángeles Lakers -Nicholson deja incluso los rodajes cuando juega su equipo de baloncesto-, nos asalta repentina la duda de si acaso el arisco e histriónico Jack no estará interpretando otro papel, a una de sus irascibles y al mismo tiempo vulnerables criaturas de celuloide.

Y es que con su brutal magnetismo artístico, Jack Nicholson, displicente, gruñón, envejecido sin imposturas ni afectaciones innecesarias, nos ha ido acomodando a la idea de que todos compartimos algo de esa rabieta metafísica, de esa atrabiliaria maldad y tozudez que burbujea en el corazón de sus personajes, tan libérrimos en su complejidad, escorados casi siempre hacia todo lo políticamente incorrecto y al mismo tiempo tan llenos de humanidad. Sólo basta verlo arrebujarse entre las sábanas para inmediatamente sacar una pierna con la rotundidad de una vieja manía -como hace en su más reciente película- para entender, con claridad flamígera, que hay algo de Nicholson en todos nosotros.

Jack Nicholson.
Jack Nicholson.ASSOCIATED PRESS
Jack Nicholson  (de izquierda a derecha y de arriba abajo) en <i>El cartero siempre llama dos veces, Batman, Mejor... imposible</i>, y con Diane Keaton en <i>Cuando menos te lo esperas.</i>
Jack Nicholson (de izquierda a derecha y de arriba abajo) en El cartero siempre llama dos veces, Batman, Mejor... imposible, y con Diane Keaton en Cuando menos te lo esperas.ASSOCIATED PRESS

Torrente de premios

La carrera de Jack Nicholson nació impulsada en los años sesenta por su relación con el director, productor y guionista Roger Corman. Sin embargo, fue descubierto para el gran público por Dennis Hopper en

Easy rider

(1969), por la que optó al Oscar. En los años setenta se consagra como actor, al ser nuevamente candidato a la estatuilla por sus papeles en

Mi vida es mi vida

(1970),

El último deber

(1973) y

Chinatown

(1975). El torrente de premios perdidos continuó con

Rojos (1981), El honor de los Prizzi

(1985),

Tallo de hierro

(1987) y

Algunos hombres buenos (1992). Protagonista de

El resplandor

(1980), de Stanley Kubrick, o de

El cartero siempre llama dos veces (1981), Nicholson ha ganado el Oscar en tres ocasiones, por Alguien voló sobre el nido del cuco

(1975),

La fuerza del cariño

(1983) y

Mejor imposible

(1997). Su última película es

Cuando menos te lo esperas

(2003).

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