El sabor de los dátiles que otro sembró
Marta se io cuenta de que, contando éste, faltaban apenas tres días para terminar el mes. Con él se acabaría la suscripción de la página. Para estas alturas los cerebros ideadores del servicio www.palabrasalacarta.com ya deberían haber mandado un formulario, ofreciendo el pago para continuar, o al menos incluido en el mismo portal una dirección de mail; pero nada de eso había pasado. Aunque ella deseara pagar para seguir teniendo acceso intuía que dentro de pocas horas la conexión desaparecería, tal y como empezó.
Entró una vez más en el portal de bienvenida y escribió otra vez una pregunta:
¿POR QUÉ HACES ESTO?
...En un oasis escondido entre los más lejanos paisajes del desierto, se encontraba el viejo Eliahu de rodillas, a un costado de algunas palmeras.
Los designios de Alá son insondables... Fíjate... todavía no termino de sembrar y ya coseché una bolsa de monedas y la gratitud de un amigo.
Su vecino Hakim, el acaudalado mercader, se detuvo en el oasis a abrevar sus camellos y vio a Eliahu transpirando, mientras parecía cavar en la arena.
-¿Qué tal, anciano? La paz sea contigo.
-Contigo -contestó Eliahu sin dejar su tarea.
-¿Qué haces aquí, con esta temperatura, y esa pala en las manos?
-Siembro -contestó el viejo.
-¿Qué siembras aquí, Eliahu?
-Dátiles -respondió Eliahu mientras señalaba a su alrededor el palmar.
-¡¡¡Dátiles!!! -repitió el recién llegado, y cerró los ojos como quien escucha la mayor estupidez comprensivamente-. El calor te ha dañado el cerebro, querido amigo. Ven, deja esa tarea y vamos a la tienda a beber una copa de licor.
-No, debo terminar la siembra. Luego si quieres, beberemos...
-Dime, amigo, ¿cuántos años tienes?
-No sé... sesenta, setenta, ochenta, no sé... lo he olvidado... pero eso ¿qué importa?
-Mira, amigo, los datileros tardan más de cincuenta años en crecer y recién después de ser palmeras adultas durante muchos años llegan a estar en condiciones de dar frutos. Yo no estoy deseándote el mal y lo sabes, ojalá vivas hasta los ciento un años, pero tú sabes que difícilmente puedas llegar a cosechar algo de lo que hoy siembras. Deja eso y ven conmigo.
-Mira, Hakim, yo comí los dátiles que otro sembró, otro que tampoco soñó con cosechar de su siembra. Voy a sembrar aunque sea para que otros puedan comer mañana los dátiles que hoy planto... Y aunque sólo fuera en honor de aquel desconocido, vale la pena terminar mi tarea.
-Me has dado una gran lección, Eliahu, déjame que te pague con una bolsa de monedas esta enseñanza que hoy me diste -y diciendo esto, Hakim le puso en la mano al viejo una bolsa de cuero, llena de tintineantes monedas.
-Te agradezco tus monedas, amigo. Los designios de Alá son insondables. Tú me pronosticabas con buen criterio que no llegaría a cosechar lo que sembraba. Fíjate... todavía no termino de sembrar y ya coseché una bolsa de monedas y la gratitud de un amigo.
-Tu sabiduría me asombra, anciano. Ésta es la segunda gran lección que me das hoy y es quizás más importante que la primera. Déjame pues que pague también esta lección con otra bolsa de monedas.
-Y a veces pasa esto -siguió el anciano y extendió la mano mirando las dos bolsas de monedas-. Sembraba pensando en no cosechar y antes de terminar de sembrar ya coseché no sólo una, sino dos veces.
Hakim le tapó la boca y dijo:
-Ya basta, viejo, no sigas hablando. Si sigues enseñándome cosas tengo miedo de que no me alcance toda mi fortuna para pagarte.
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