_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Cuatro

Mi nombre, sin embargo, es Secundino. Tengo dos hijos mozos y una ex mujer (somos una de las 17.246 parejas rotas oficialmente en la Comunidad en 2003). Es cierto que también dispongo de otras cosas para ir tirando, pero no se las voy a contar a usted, psicóloga, porque luego las memoriza y me busca las cosquillas cuando le venga en gana. Para que se haga una idea global de mi situación, le juro por mis muertos que no tengo estrés, señora; lo mío es cuatro, o más. Por eso acudo a su consulta. Abomino de los números. Y es mentira que los sinsabores no sepan a nada. La palabra sinsabor significa exactamente todo lo contrario de lo que pregona, es un término sádico, canalla y traidor que debiera ser perseguido de oficio.

Y ahora voy directamente al grano: el mundo me da vértigo, señora, y Madrid, más, porque vivo aquí. Desde que me abandonó la errática de mi esposa (alegando que vivir conmigo era como ser la criada de Felipe II, sin añadir que ella era como Isabel la Católica y Agustina de Aragón juntas, con toques de Gracita Morales) deliro con frecuencia y paseo por Madrid intentando inventar un sentido a la existencia. Acudí a una academia de baile, pero me desengañé cuando el profesor me espetó que yo, bailando sevillanas, parecía un asturiano tirando culines de sidra. Arremetí alegando que los astures inventaron el flamenco, pero no cuajó la tesis. Luego empecé a frecuentar locales multirraciales para dar marcha a los impulsos mestizos de mi libido perpleja. Pero todo va muy deprisa y a mí, como no sé conducir, me adelantan hasta los patinetes. Entonces me refugié en mi profesión.

Soy filólogo y sufro al oír en los bares dar coces al ecumenismo. La Real Academia debiera intervenir. De ahora en adelante, jamás se deben coger turcas ni curdas, ni hacer el indio, ni trabajar como negros, ni comer suizos o brazos de gitano en el desayuno, ni beber como cosacos, ni jugar a los chinos, ni escaparse a la francesa, ni hacerse el sueco. Eso, por no hablar del queso de teta. Que tome nota Gallardón. Se lo dije, lo mío es cuatro.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_