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Reportaje:

Irlanda reinventa su modelo de éxito

Europa del Este, Asia y la caída de la competitividad amenazan la estrategia económica de Dublín

Al este del río Liffey no se levantan rascacielos. Pero los bajos edificios acristalados del nuevo distrito financiero que ha puesto a Dublín en el mapa europeo de los servicios financieros internacionales borran las últimas huellas del viejo y deprimido barrio de los astilleros. "Con la City de Londres o Luxemburgo a la vuelta de la esquina, no podemos ser los primeros en todo, pero sí liderar algunos nichos del mercado de productos financieros", afirma William Slattery, director en el país de la firma State Street International. Más de 430 instituciones financieras se han instalado en Irlanda, el país que en 2003 registró un mayor crecimiento en Europa (19%) en el mercado de los fondos.

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Los servicios financieros son uno de los sectores de alto interés identificados y potenciados por el Gobierno irlandés para dar un vuelco espectacular a su economía -la renta per cápita nacional ha pasado de equivaler a un 62% de la media comunitaria a un 121% desde su ingreso en la Unión Europea, en 1973-, junto a las tecnologías de la información y comunicación (TIC), la industria farmacéutica, la biotecnología o la captación de centros de servicios compartidos y de apoyo a clientes.

El apoyo del modelo irlandés en la economía del conocimiento y en las actividades de alto valor añadido, la apuesta por la educación y el consiguiente crecimiento de la productividad no sólo han provocado un goteo de visitas a Dublín de dirigentes de los nuevos Estados miembros de la UE del Este en busca de referentes. También han sido presentados por el Gobierno español como un ejemplo a tener muy en cuenta, sobre todo con las deslocalizaciones a la orden del día.

Pero Irlanda no es ajena al debate de las deslocalizaciones y las alarmas sobre la competitividad, que coexisten a la par con la preocupación por una posible burbuja inmobiliaria. Aún resuenan los ecos del cierre, hace pocos meses, de un centro de contabilidad de Philips con 600 empleados, recién trasladado al Este. A principios del pasado julio, la firma Enterprise Strategy Group elogiaba algunos de los logros del milagro irlandés entre 1993 y 2003 -como una reducción del paro del 15,7% al 4,7%-, pero también citaba como retos de Irlanda los bajos costes y la amplia oferta de profesionales cualificados de India y China, ya partícipes de los mercados globales. Y no sólo eso: los costes en Irlanda "se han incrementado sustancialmente", añadía y "nuestros competidores emulan nuestra baja fiscalidad".

La agencia pública irlandesa Forfas cuantificó hace pocos meses en un 14% la bajada de la competitividad de Irlanda en costes entre 1999, su año de mayor bonanza económica, y 2003, y reclamó una revisión del modelo industrial. "El peor peligro es la complacencia. El reto es mantenernos en la primera división añadiendo valor a nuestro negocio más deprisa de lo que suben los costes", reflexiona Terry Landers, director de Asuntos Corporativos de Microsoft en Irlanda, que, entre otras actividades como el márketing y las ventas, ha instalado en el país su centro de operaciones europeo.

"Irlanda aún está considerado un país de bajos costes en relación al Reino Unido o a Estados Unidos, pero ya es el más caro de entre los baratos", añade Liam Ryan, director general de SAP, implantada en Galway y Dublín, donde tiene un centro de apoyo y servicios, el mayor de la compañía fuera de Alemania. "Más que amenazados, somos conscientes de que debemos ser más innovadores. No podemos competir en costes", subraya el profesor Kevin Collins, vicepresidente y responsable de Investigación de la Universidad de Cork.

Pese a este debate, Irlanda continúa siendo todo un referente para España. Los datos de la OCDE ofrecen contrastes de interés. La tasa de crecimiento de la riqueza acumulada entre 1995 y 2003 fue de un 84,3% en el caso de Irlanda, frente al 29,6% de España. En cuanto a la productividad, el ritmo de crecimiento acumulado de Irlanda ha sido del 32,9%. El de España, sólo de un 5,6%. Y en empleo, el crecimiento español del 22,6% palidece frente al avance irlandés del 38,6%. El porcentaje de la población irlandesa de entre 25 y 34 años con estudios superiores (casi un 50%) es superior al de Estados Unidos, Bélgica, Francia, Reino Unido, Alemania o España, según el informe IMD World Competitiveness de 2003.

Es cierto que el ritmo de crecimiento de la economía irlandesa -parecido al de los tigres asiáticos, por encima del 10% en los años de la explosión tecnológica de finales de los noventa- se europeizó a partir de 2001, con un aterrizaje hasta en torno a un 2%. A ello no ha sido ajeno ni la dependencia de la inversión extranjera, y particularmente de las grandes multinacionales de EE UU, ni la crisis por la que ha atravesado el sector de las nuevas tecnologías.

Pero el Gobierno de Dublín prevé ya para este año una recuperación, superior al 4% y el Instituto de Investigación Económica y Social (ESRI) ha proyectado un crecimiento medio del 5,4% en la segunda mitad de la década.

Mientras tanto, los anuncios de nuevas inversiones con cifras de vértigo vuelven a estar en boga. Entre ellos, los de Wyeth Biopharma, que construirá su mayor planta de fabricación de medicamentos biotecnológicos del mundo en Dublín, con una inversión de 1.269 millones de euros y más de 1.300 empleados, o Intel, que en la cercana localidad de Leixlip ha invertido 5.000 millones de euros en su mayor centro tecnológico y productivo fuera de Estados Unidos, en el que emplea a 4.700 personas, y que desembolsará 2.000 millones más para levantar unas nuevas instalaciones donde producir los microprocesadores más avanzados.

En 1999, las multinacionales captadas eran 1.266 (frente a las 1.054 de 2003), algo que aparentemente no preocupa al Gobierno. Dice anteponer calidad a cantidad. El total de empleos de estas compañías extranjeras, que exportan 65.170 millones -la exportación representa un 82% del PIB irlandés-, asciende a 128.993 personas. Son muchas menos que las más de 140.000 de los buenos tiempos, pero el descenso se va moderando.

La crisis de las empresas tecnológicas pasó factura al empleo, que en las TIC bajó un 5%. Pero los servicios financieros y las industrias farmacéutica y de biotecnología compensaron parcialmente estos efectos, al subir un 1,5% y un 2,5%, respectivamente.

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