La rareza de lo original
La carga reflexiva que ha acompañado al discurso del arte desde los años sesenta ha hecho perder espontaneidad a la creación artística, convirtiendo las obras en enigmáticos teoremas que hay que descifrar según unos códigos culturales que se disfrutan en el plano intelectivo más que en el de las sensaciones inmediatas. Por supuesto que muchos artistas no son sesudos intelectuales sino seres intuitivos que se rigen por diferentes instintos pero, hasta los más primarios intentan criptografiar sus obras con el fin de estar a la moda del mercado. Tal vez por eso, sorprende un poco el trabajo de la joven pintora Cecily Brown (Londres, 1969) quien, sin alejarse de la complejidad teórica, realiza unos cuadros carnales que parecen apelar a la fuerza de los instintos más que a las estrategias de la razón. Con pincelada suelta y deshecha, que se aproxima al gestualismo más exacerbado, pinta unas escenas de inspiración erótica que ambienta en parajes campestres o en supuestos jardines. Son cuadros raros, más por su factura, totalmente inusual en estos años de revisionismo ramplón, que por su temática. Esta rareza pretende justificarse buscando imposibles relaciones entre los cuadros de Cecily Brown y las obras de otros pintores de los siglos XIX y XX. Sin embargo, creo que la rareza de estas obras no reside en haber conseguido una amalgama de guiños a la historia sino, por el contrario, en su originalidad.
CECILY BROWN
Museo Nacional Centro
de Arte Reina Sofía
Santa Isabel, 52. Madrid
Hasta el 12 de septiembre
Parte de esa originalidad consiste en haber aplicado un cambio de óptica que hace que las figuras y los objetos próximos, tales como ramas y flores, sean tratados con el desvanecimiento propio de los fondos paisajistas, convirtiendo estas "escenas con figuras" en desleídos paisajes expresionistas que, desde el punto de vista cromático, se caracterizan por la utilización de colores muy vivos, que dotan a las obras de una sensación de alegría de vivir.
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