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OLÍMPICAMENTE | Atenas 2004
Columna
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Resistir

Visito a un amigo que se recupera de un apagón que le ha dejado parte del cuerpo a oscuras, una avería que, por suerte, se irá reparando. Trabaja para mejorar con la disciplina de un atleta. En su caso, el objetivo no es participar, sino ganar lo perdido. Mi amigo está leyendo, en versión original, el libro de Ugo Riccarelli L´Angelo di Coppi (editado en España con el título de Un helado para la gloria). Son una serie de episodios ficticio-biográficos de grandes mitos del deporte, desde Garrincha hasta Bahamontes. Uno de los protagonistas de estas disgresiones es Emil Zatopek, el atleta que en los Juegos de Helsinki 52 ganó los 5.000 metros, los 10.000 y el maratón. La resistencia era el gran valor del corredor checo, una virtud que se extendía a otras facetas de su vida y que le dignificó cuando, siendo mito atlético y alto cargo del ejército, apoyó la política de Dubcek. Consecuencia: pagó con el ostracismo y la degradación el haber discrepado del totalitarismo de los tanques soviéticos.

Pese al tiempo transcurrido, se seguirá escribiendo sobre Zatopek mientras exista memoria y necesidad de referentes morales, quizá porque el corredor demostró que, para ganar, hay que saber resistir (véase a Hicham el Guerruj en la carrera de los 1.500 metros). Escribe Riccarelli: "Praga estaba cada vez más fría, cada vez más oscura, y aunque el campeón no sintiera miedo contuvo con dificultad sus ganas de huir. Muchos amigos en el extranjero, admiradores suyos, deportistas, le ofrecieron puentes de plata para poder emigrar. Él, por el contrario, rumiando día tras día ladrillos y carreras, refinó verdaderamente su resistencia, su vivir junto al impulso de huir". Y, haciendo hablar a su héroe, el escritor añade: "Y, además, corriendo por todo el mundo, enfrentándome a gente acostumbrada a la competición, he aprendido que hay una gran diferencia entre correr y huir". La resistencia, pues, no sólo tiene que ver con la necesidad de competir contra otros, sino también con una cuestión personal. Luego, cuando es certificada por la gloria (olímpica e histórica en el caso del corredor checo), se transforma en ejemplo para los que la necesitan cuando viven un mal momento, ya que les ayuda a desear correr en vez de querer huir.

Seguro que en el país de Zatopek existen plazas, escuelas, calles y parques con su nombre. Pero, dadas las circunstancias, sería bonito bautizar una de las ocho calles de los tartanes olímpicos con el nombre de Zatopek. Cuando escucho a los comentaristas decir que determinado atleta corre por la calle número 1, 2 o 5, echo de menos una nomenclatura menos funcional que sirva para recordar a los que resistieron. Por cierto, el libro de Ruccarelli se abre con una cita de Gesualdo Bufalino que también tiene que ver con el arte de resistir: "Los vencedores no saben lo que se pierden".

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