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Crónica:Atenas 2004 | CICLISMO: EL CUARTO PODIO
Crónica
Texto informativo con interpretación

Triunfador sin resabios

José Antonio Escuredo, maltratado durante años, alcanza la plata en el 'keirin', ganado por el australiano Bailey

Carlos Arribas

Cuando tenía 22 años, cuando los Juegos de Barcelona, a tiro de piedra de su casa, en Salt (Girona), José Antonio Escuredo se llevó el berrinche de su vida al no ser seleccionado para el equipo de velocidad. Cuando, ya maduro, con 33, le llegó la noticia de que las autoridades deportivas pensaban que estaba acabado y que más le valdría dejarlo, a Escuredo, que pasaba por una mononucleosis, no le extrañó lo más mínimo. Estaba acostumbrado a decisiones que creía caprichosas. No le afectaban.

Por eso, pese a ser el dinosaurio de la selección española de pista que ha cerrado su participación con dos medallas de plata y dos de bronce, ayer, cuando alzó en el podio la medalla de plata que logró en el keirin, en el ánimo de Escuredo no había el menor tinte de revancha, de se van a enterar los que no creían en mí, lo que no está nada mal en un equipo en el que los dos que participaron en la americana, una prueba por parejas que se simboliza con el apretón de manos y la palanca con que se marcan los relevos, no se hablan. Tampoco voceó. Se hizo la víctima hace un par de meses en Melbourne, cuando también fue plata en keirin y velocidad por equipos.

Su familia tiene varios secaderos de jamones por media España, posee la marca La Jabugueña, tiene piaras y granjas de cerdos. Entonces, Escuredo no corre por dinero. No mantiene su cuerpo de coloso, rompedor; no se juega la vida a 70 kilómetros por hora peleando por la posición con codos, piernas y dientes frente a otros bestias de la velocidad y el músculo para sobrevivir, sino por placer. Por la descarga de adrenalina súbita, embriagadora, que precede la entrada del derny -la curiosa motocicleta que se activa a pedales y tras la que los corredores del keirin, entre media docena y ocho, marchan como rebaño unas vueltas- mientras, ansiosos, esperan el disparo del starter; por la agresividad contenida -ahora que el keirin, esa disciplina olímpica que se parece un poco a la caricatura que Takeshi Kitano hizo en El verano de Kikujiro: especie de carrera de galgos, de ciclistas sin nombre, sin cara, sólo un número y un color en el casco, y apuestas, se ha civilizado y ya no se producen aquellas folclóricas agresiones con la cabeza- en la lucha por el espacio, por la cuerda, en el zigzag a 70 para evitar perder el espacio vital, la treta o el amague que le dejen desarmado; por la liberación de la llegada, todos los músculos, una décima de segundo antes, en contracciones velocísimas, se relajan, se sueltan, se dulcifican.

Eso es el keirin, el sprint de pista en su versión colectiva: cuando la moto que los ha llevado progresivamente se aparta, los ciclistas tienen dos vueltas y media para jugarse la victoria entre peraltes, curvas y una mínima recta. Ésa es la disciplina que hizo ayer grande a Escuredo, pero eso, que el keirin le daría la alegría definitiva tras años de ser uno bueno, pero nunca el mejor, no lo supo Escuredo -nervioso, tics, guiños involuntarios, dicción acelerada, como su pedaleo, como su mente, esposo de Sonia, padre de Víctor, de dos años y medio- hasta muy tarde. Para Escuredo, la élite de lo suyo, de la velocidad pura, era, lo sigue siendo, el kilómetro, la contrarreloj explosiva, la más corta, la más agotadora -en esa prueba llegó a tener efímeramente el récord del mundo, 1m 1,945s, conseguido en Quito en 1995- y hasta que no le convencieron, después de los Juegos de Sidney, de que quizá en el keirin tendría más terreno de expresión, hasta que el influjo del joven de la velocidad, del extravertido Villanueva, la sana competencia, no le inyectó en vena la especialidad, no juraba más que por el kilómetro. Pero se picó con Villanueva y con Cabrero, dos madrileños que algunos meses fueron a Japón a participar en las series de keirin, un furor nacional. Se picó, mejoró y siguió mejorando. Hasta que llegó el día, ayer; el lugar, Atenas, el velódromo de la madera más pulida; el acontecimiento, los Juegos; la circunstancia favorecedora -eliminado en las semifinales, fue repescado por la eliminación del británico Staff- para que, por fin, el dinosaurio se expresara como tantos años llevaba deseando. Y, aunque le ganó el australiano Ryan Bailey, finalmente levantó el brazo en triunfo, sin amargura, sin resabios.

José Antonio Escuredo, maltratado durante años, alcanza la plata en el 'keirin', ganado por el australiano Bailey
José Antonio Escuredo, maltratado durante años, alcanza la plata en el 'keirin', ganado por el australiano BaileyEFE

Mucha, mucha fuerza

El ciclismo de velocidad en pista, pruebas muy cortas, sprints de 200 metros en menos de 10s, o un poco más largas, de un kilómetro en un minuto y muy poquito más, aparenta ser un deporte sencillo, de potencia pura, de máxima fuerza en mínimo tiempo, pero no sólo es eso. También es un deporte de inteligencia -el keirin es un ejercicio perfecto en el que se comprometen la medida interna del tiempo, el conocimiento de los rivales, la habilidad para pedalear a 70 kilómetros por hora mirando hacia atrás, cerrando, anticipando el movimiento de los rivales que persiguen-, de astucia, de suerte. "Y de mucho sacrificio", dice Jordi Porta, el profesor del INEF de Barcelona que dirige el entrenamiento de fuerza de la selección española de velocidad; "de muchas horas en el gimnasio y en la carretera, de combinar el entrenamiento aeróbico con el de resistencia y el anaeróbico".

"Pero, al final, todo depende de la fuerza", dice José Antonio Escuredo, el medallista de plata, una mole no muy alta para lo que se ve por ahí -1,79 metros-, pero muy ancha, una montaña de músculos de 90 kilos con sólo un 8% de grasa. Excepcionales glúteos y cuádriceps en los muslos; extraordinarios isquios, magníficos pectorales y grandorsales, tan fuerte de torso como de tren inferior, capaz de romper bielas y manillares de acero en sus arrancadas, capaz de desarrollar más de 2.000 vatios de potencia máxima durante casi 10 segundos, como para mantener en marcha un secador profesional. "Porque, aunque de vez en cuando alguien menos rápido, menos fuerte, puede ganar una carrera, eso es la excepción".

Pese a sus 34 años, Escuredo, explica Porta, que trabaja con la selección desde hace poco, ha mantenido los niveles de fuerza que acreditaba desde hace años. "Eso es excepcional y casi digno de estudio", precisa; "tiene la fuerza explosiva de un jugador de baloncesto y al tiempo es capaz de levantar en el gimnasio más de 200 kilos en sentadillas [en cuclillas, al deportista le depositan sobre los hombros las pesas, que eleva hasta ponerse de pie] y hacer cuatro series de cuatro repeticiones de 175 kilos". Todo ello se traduce en fuerza, en vatios.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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