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A TODA VELOCIDAD | Atenas 2004 | HOCKEY SOBRE HIERBA: ANTE LA SEMIFINAL CONTRA AUSTRALIA
Columna
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Sueños y pesadillas

Estos días estoy tan enganchada a los Juegos que hasta sueño con ellos. Hoy, por ejemplo, he soñado que me crecían unas uñas curvadas de un metro de largo y azules, a lo Gail Devers, que me paralizaban a la hora de escribir estas líneas al tiempo que sentía un desgarro en el muslo, aunque en el sueño el muslo era más bien el espíritu. Habría preferido soñar que me revolcaba por la arena de la cancha de voley playa en bikini con mi compañero de juego tras ganar un partido de dobles. Otras veces he soñado que, al solicitar en la universidad un certificado de estudios, me enteraba con espanto de que me quedaba una asignatura de la carrera. Y algunos amigos de los que hicieron la mili aún se despiertan sobresaltados pensando que tienen que ir al cuartel. Qué raros somos, ¿verdad? Siempre poniéndonos obstáculos. Hasta dormidos.

Me pregunto qué tipo de sueños y pesadillas sobrevolarán la Villa Olímpica cuando las gradas y las pistas y las piscinas caen en un profundo silencio y los marcadores permanecen inmóviles. Un conocido mío me cuenta que él está obsesionado con que se le olvidan las zapatillas, nada más y nada menos que las zapatillas de ganar. Así que no tiene más remedio que dar media vuelta para recogerlas, pero entonces el trayecto se hace muy largo, interminable, y lo peor es que una vez en su cuarto no las encuentra. Es incapaz de recordar dónde las ha dejado. Sabe que dentro de cinco minutos debe salir a la pista y aquí está, dando vueltas por la habitación, como si el tiempo que rige el mundo y el suyo fueran completamente distintos.

También le sucede a veces que se pierde por las instalaciones y que es incapaz de encontrar el lugar donde ha de celebrarse su prueba. "¿Son aquí los 1500?", pregunta a unos y a otros, que le miran como a un bicho raro. Nadie entiende su angustia. Cuando, por fin, llega al punto de salida, sus rivales están preparados para arrancar. Le suplica a un juez que le permita colocarse en su sitio. Pero el juez se limita a retirarle con el brazo y a pedirle que no moleste. Aunque peor es cuando se confunde de prueba y, en vez de meterse en los 1500, se mete en los 100 lisos y gana una medalla que apenas puede disfrutar porque, mientras que sus compañeros de podio están eufóricos, él recibe los honores muy preocupado y deseando que el acto termine antes de que se den cuenta de la confusión.

La verdad es que tendemos a recordar más las pesadillas que los sueños. Por eso quiero terminar con uno, el de alguien que en el aparato de saltos da un bote que le hace volar por el cielo del estadio. Se siente maravillosamente, se siente único, y al despertar se encuentra con una medalla de oro en la mesilla. Es Gervasio Deferr.

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