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Tinto de verano
Columna
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Durmiendo con tu enemigo

Elvira Lindo

Conocemos al hombre con el que nos acostamos? No, amigas mías. Creemos que lo conocemos. Hagan la prueba: obsérvenlo mientras duerme, ¿qué hay en ese cerebro? Muchas cosas que se nos escapan. ¿Sueña con nosotras, como nos asegura a la mañana siguiente en el desayuno cuando, con cierta ansiedad, le interrogamos? ¿Es tal vez esa erección que emerge poderosa en mitad del sueño una consecuencia del llamado científicamente "reflejo prostático" o ése fue un término que acuñó un urólogo para justificarse ante su señora, que observaba inquieta los cambios producidos en el cuerpo de su esposo a las horas más inopinadas, las seis, las siete de la mañana, horas en las que las criaturas no tienen el cuerpo para nada, y sin embargo aquel urólogo tenía unas erecciones de padre y muy señor mío? Nunca lo sabremos, amigas, la medicina, como todo, está en manos de los hombres. Yo confío en que las urólogas den algo de luz a tan controvertido asunto. Pero no era de erecciones de lo yo quería hablar. No sólo por el sexo se conoce a un hombre, también están otras partes de su carácter. No tan importantes, pero sí significativas. Perdónenme si por una vez relato un asunto personal pero creo que las lectoras pueden sentirse identificadas. Yo creía conocer a mi santo cuando le decía a Evelio, ante el afán de éste de comprarnos la casa para hacer un Caprabo, que mi santo no vendería su retiro espiritual ni por todo el oro del mundo. Evelio me decía que todo el mundo tiene un precio y yo le decía a Evelio que mi santo no. Que mi santo era de esos hombres íntegros, de los que no aceptan dinero que pueda mancharle las manos ni regalos de los que pueda avergonzarse. Y conste que yo no lo decía como una virtud, porque a cuenta de esta moralina fatal mi santo y yo nos hemos perdido más de un negociete suculento que ha caído en manos de otro (escritor). Yo soy más práctica, lo reconozco. El caso es que Evelio se presentó en mi casa ayer a la hora de la siesta. En las ciudades, donde reina la incomunicación, las visitas avisan con veinte días antes de presentarse, y en los pueblos, donde la gente es tan entrañable, las visitas se presentan cuando les sale a las visitas de los huevos. Yo me quedé en el jardín porque no quería asistir a ese duelo de titanes y para que mi santo no pensara que existía cierta connivencia entre Evelio y yo para liquidar la ya mítica casa del pueblo. Tanto tiempo pasé esperando que me quedé dormida debajo de la higuera donde se tiró el pedo Valentina. Cuando me desperté, Evelio estaba allí. Me dijo: "Ha aceptado. Le he hecho una propuesta que no ha podido rechazar". Pensé que era un sueño en el que salía Evelio citando una frase de El Padrino, pero no, era el Evelio real, y no es que Evelio quisiera imitar a Don Corleone, es que Evelio es así de chulo de natural. Busqué a mi santo y lo encontré en el garaje, tenía en sus manos la mochila de fumigación. ¿Qué has hecho?, le dije. Y él dijo: "Ya no la voy a necesitar ¿Cuánto crees que me darán por esto?". Y su sonrisa era extraña. Me recordó a Mario Conde. En su época.

ENRIQUE FLORES

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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