El señor de los lagos
Alberto Kalach se asombró cuando el célebre arquitecto inglés Norman Foster concluyó su conferencia haciendo mención a la Ciudad de México. Foster había venido a la Universidad de Harvard a hablar sobre sus grandes proyectos en Londres, Francfort, California y Hong Kong; sobre su admiración -un tema perenne para el inglés- por la geografía urbana de la ciudad de Barcelona.
"Después de todo eso", recuerda Kalach, que también es arquitecto y en ese tiempo -el año 2000- estaba impartiendo un curso en Harvard, "de repente proyecta una foto del Distrito Federal y declara que hay un gran problema en el mundo que debemos de atacar, pero que él no sabe cómo. Explica que se refiere al fenómeno del urbanismo desbordado, del crecimiento descontrolado y dice que el DF es el ejemplo de este fenómeno en su máxima expresión".
Arquitecto Alberto Kalach: "Lo que hoy tenemos aquí es apocalipsis urbano"
"El denominador común de los problemas de Ciudad de México es el agua"
El plan propuesto tendría un impacto decisivo sobre la calidad del aire
Kalach se podría haber ofendido. La Ciudad de México es su ciudad, donde él nació en 1960 y sigue viviendo hoy. Pero no se ofendió. Al contrario. Kalach es reconocido como el arquitecto mexicano más brillante de su generación y no se hace ilusiones acerca de los retos de la megalópolis de 19 millones de habitantes. Es más: son retos a los que se desea enfrentar. Kalach -un hombre dinámico, sin complejos- siente la obligación de contribuir con su talento a buscar una respuesta a la pregunta que hace Norman Foster: ¿Cómo imponer orden en el caos de una ciudad como México?
Kalach tiene un plan. Un plan extraordinariamente ambicioso -México, ciudad futura: la ciudad de los lagos", lo llama- que si hubiese sido ideado por un arquitecto menos distinguido que él, podría parecer una locura quijotesca. La idea -según él, perfectamente viable- consiste en construir el futuro en base al pasado: recuperar en el siglo XXI la mágica visión lacustre que asaltó los ojos de Hernán Cortés al llegar a la capital del imperio azteca, México-Tenochtitlán, en 1521.
Bernal Díaz del Castillo, soldado y cronista de Cortés, escribió que México era la ciudad más rica y hermosa que los conquistadores hubieran visto jamás; que ni Constantinopla, ni Roma, ni Venecia podían compararse con ella. Aunque Venecia sí servía de comparación en el sentido de que también era una ciudad acuática. La gran diferencia era que mientras Venecia estaba situada en pleno mar, México estaba a 400 kilómetros de la costa. Cuesta creerlo viendo hoy el polvoriento Distrito Federal, un océano de cemento sin apenas verde, mucho menos azul, pero en tiempos de Moctezuma y Cortés -cuya gran batalla final se llevó a cabo sobre el agua- la ciudad era una isla rodeada de lagos y permeada por un sofisticado sistema de canales.
Bernal Díaz cuenta cómo el emperador azteca, tomando a Cortés de la mano, le enseña la vista desde lo alto del Templo Mayor. "Le dijo que mirase su gran ciudad y todas las más ciudades que había dentro en el agua, e otros muchos pueblos en tierra alrededor de la misma laguna...y veíamos el agua dulce que venía de Chapultepeque, de que se proveía la ciudad; y en aquellas tres calzadas las puentes que tenían hechas de trecho a trecho, por donde entraba y salía el agua de la laguna de una parte y otra; e veíamos en aquella gran laguna tanta multitud de canoas... nos quedamos admirados y decíamos que parecía a las cosas de encantamiento que cuentan en el libro Amadís, por las grandes torres y edificios que tenían dentro del agua y todos de cal y canto y aun algunos de nuestros soldados decían que si aquello que veían sí era entre sueños...".
Otros escritores del siglo XVI se maravillaban ante la fertilidad del valle de México, los densos bosques, las montañas y los volcanes de picos nevados que lo rodeaban.
Hoy los bosques casi han desaparecido, pero las montañas y los volcanes siguen. El problema es que, debido a la densidad de la contaminación en el aire, desde la ciudad no se ven. Salvo dos o tres días al año, cuando ha llovido mucho y el viento ha soplado con inusual fuerza, y de repente, como por magia, uno puede estar andando por la céntrica avenida Insurgentes y ver en todo su esplendor y con perfecta nitidez el volcán Popocatepetl.
A Alberto Kalach le gustaría que el volcán se convirtiese en una imagen tan simbólica de la ciudad como la torre Eiffel de París. Para que eso ocurra hay que recuperar, dentro de lo posible, el paraíso perdido que encontró Cortés. "Porque hoy lo que tenemos aquí", dice Kalach, "es el apocalipsis urbano".
Estamos comiendo en un restaurante en el agobiante centro histórico de la ciudad, a unos pasos de su oficina. Sobre la mesa -él ha elegido los platos de entrada- hay gusanos de maguey, huevos de hormiga, guacamole, una salsa picante y tortillas de maíz. La familia Kalach traza sus orígenes en Siria y, aunque él ha viajado mucho por Europa y estudiado en Estados Unidos, se identifica plenamente con su país. Hace poco ganó un concurso internacional, contra casi 600 rivales, para construir la Nueva Biblioteca de México, el proyecto cultural de más envergadura de la era del presidente Vicente Fox. Pero también Kalach ha invertido gran parte de su energía y tiempo en buscar soluciones eficientes y asequibles a los problemas de vivienda de la gente pobre de la periferia de su ciudad.
¿Por qué 'apocalipsis'?, le pregunto. "¿Por dónde empezar?", responde, irónico. "Bueno... lo primero es la calidad del aire que respiramos. La fama que tiene México de ser la ciudad más contaminada del mundo occidental no es exactamente inmerecida. Segundo, a lo que se refería Foster, la urbanización descontrolada: somos aproximadamente 19 millones de personas en el área metropolitana. Se calcula que para el 2020 la cifra habrá subido a 25 millones. Y otro dato: que el 80 por ciento del crecimiento de la ciudad en el último medio siglo ha sido informal. Tercero, y una de las muchas consecuencias negativas de este descontrol, ha sido que tenemos 20 veces menos espacios verdes por habitante que el promedio de las ciudades de los países ricos".
La mala calidad del aire se refleja de manera dramática en las estadísticas sanitarias. Dos de cada tres consultas médicas tienen que ver con problemas respiratorios. El impacto es especialmente severo en los niños y los ancianos. Parte del problema proviene de los cuatro millones y medio de vehículos que circulan en la ciudad; parte proviene del polvo fecal. "Tienes unos tres millones de animales que defecan al aire libre y tienes mucho drenaje a cielo abierto", explica Kalach. "Esas aguas se estancan, se evaporan y... en resumen, incluso sin coches, el problema biológico es enorme y genera enormes cantidades de enfermedades, no sólo respiratorias, sino intestinales".
Se han intentado muchas medidas para reducir la contaminación ambiental, casi todas relacionadas con los coches y el combustible. Pero, en el mejor de los casos, lo que se ha logrado es evitar que la situación empeore. El proyecto que propone Kalach, y otros arquitectos que participan con él, tendría un impacto decisivo sobre la calidad del aire porque no consistiría en un intento de redefinir el comportamiento humano, sino en alterar la ecología del valle de México. La humedad y las corrientes de aire que generarían las aguas recuperadas mejorarían el aire de la ciudad en un 30 por ciento, según un estudio geofísico de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Y, entre muchas ventajas más, se recuperaría lo que Kalach llama la referencia visual de la ciudad. "Ésta es una ciudad apenas sin cambio de nivel, muy, muy plana. Todo se vuelve terriblemente anónimo. Con este proyecto la ciudad recupera su identidad geográfica. Porque se verían por fin las montañas".
Los lagos también forman parte de la identidad geográfica de la ciudad -identidad que la historia se encargó de borrar-. Los colonizadores españoles no convivieron con el agua, como hacían los aztecas, sino que la vieron como una enemiga que había necesidad de derrotar. Un gran problema al cual se ha enfrentado la ciudad desde la Conquista han sido las constantes inundaciones en época de lluvias. El objetivo estratégico desde entonces ha sido no regular el agua, como aprendieron a hacer los aztecas, sino secar y secar. Cuando llegó Cortés el agua ocupaba 2.000 kilómetros cuadrados. Por el año 1600 se había perdido el 20 por ciento del agua. En el siglo XIX, la mitad. A mediados del siglo pasado todavía quedaba la quinta parte. Ahora no hay casi nada. "Un gran desierto en época de secas y un gran pantano cuando llueve", como dice Kalach.
Pero algo de lago, al este de la ciudad, sí queda. O no queda, sino que se recuperó en los años sesenta tras una iniciativa de uno de los más brillantes científicos que ha producido México, Nabor Carrillo. Carrillo concluyó que no sólo el problema de las inundaciones, sino el del abastecimiento de agua potable, se podrían resolver resucitando los antiguos lagos. No pudo llevar a cabo su sueño, debido a que el Gobierno no le apoyó, pero sí pudo crear una pequeña laguna, que aún existe, dentro del antiguo lago Texcoco.
"Hace seis años fui a visitar el lago Nabor Carrillo por primera vez y ésa fue la génesis de esta idea", dice Kalach. "Sólo eran mil hectáreas y apenas habían pasado 40 años de su existencia, pero vi que se había recuperado tanta flora y fauna en la zona, tantos miles de aves donde antes había habido sólo desierto... Entonces pensé: si se pudo lograr tanto con tan poco, ¿qué pasaría con diez veces más?".
Kalach propuso un proyecto a la UNAM, formó un taller con estudiantes de arquitectura y acumularon información sobre la infraestructura geológica de la ciudad -más de la que existía en cualquier institución de gobierno, según afirma-. "Fuimos a la periferia oriental de la ciudad, área desconocida para la clase media, y conseguimos también mucha información sobre los asentamientos informales que ahí pululan. Y entonces, una vez que habíamos recopilado y ordenado una gran montaña de datos, propusimos grandes soluciones, partiendo de que el denominador común de todos los problemas es el agua".
Las soluciones no sólo fueron grandes, sino muy detalladas. La esencia del proyecto México, ciudad futura consistiría, a través de un sistema de represas en las montañas, inundar con agua residual -desechada por la ciudad- una zona actualmente de desierto salino a una profundidad de cuatro metros. La letra pequeña del proyecto incluye las cantidades precisas que se pagarían en compensación a ejidatarios de la zona y las cantidades que se pedirían en préstamos a los bancos. Se calculó el presupuesto total con un equipo de ingenieros de suelo y biólogos y se llegó a la conclusión de que costaría 400 millones de dólares. "No es una cantidad imposible para la ciudad, tomando en cuenta que diez kilómetros de metro te cuestan mil millones", dijo Kalach. "Los 400 millones lo que te darían sería no la totalidad de los lagos que había en tiempos aztecas, sino el 15 por ciento, pero eso ya es mucho -unos 150 kilómetros cuadrados de lagos, un área el doble de la bahía de Acapulco, que es el tamaño más o menos de la ciudad de Madrid-. Los beneficios a todo nivel serían, por otro lado, incalculables".
Primero sería a nivel ecológico. La evaporación del agua coincidiría con las brisas que el lago crearía para atacar las partículas que contaminan el aire de la ciudad. La ciudad a su vez ganaría tanto oxígeno como si hubiese un bosque al borde de la ciudad de la misma extensión que el lago.
Segundo, afirma Kalach, los que más ganarían serían la gente pobre que habita en el área oriental del la ciudad. A lo largo de un nuevo litoral de 80 kilómetros se crearía un gran foco de desarrollo para la ciudad. "Subiría tremendamente el valor del suelo en lo que es ahora una zona pobre y en general reactivaría no sólo la economía local, sino la nacional", dice Kalach.
Tercero, a nivel social, se vería una mejora de la infraestructura en una zona de la ciudad altamente poblada, pero relativamente abandonada, y también, tanto para ricos como para pobres, lo que Kalach llama "gran espacio público para la ciudad; un escape psicológico para sus habitantes".
Y hay otro factor, menos tangible pero también de un valor incalculable en una época en la que México está viviendo una delicada transición política tras 70 años de lo que Mario Vargas Llosa ha llamado "la dictadura perfecta del PRI", del Partido Revolucionario Institucional. Y lo señala Teodoro González de León, un veterano arquitecto mexicano que se ha incorporado con entusiasmo al proyecto de Kalach. "Un gran proyecto así puede tener un impacto bárbaro en la población", dice González de León. "Generaría un entusiasmo, una sensación de un futuro mejor y más vibrante". González de León recordó los proyectos que se llevaron a cabo en Barcelona para los Juegos Olímpicos de 1992. "Imagine eso, pero mucho más a lo grande. Imagine lo que eso haría para los habitantes de la ciudad, cuánto más la sentirían más suya, para cuidar y querer".
Kalach y González de León han intentado transmitir ese entusiasmo a los políticos en cuyas manos estaría la decisión de lanzarse a lo que sería la estrategia de desarrollo más ambiciosa que la ciudad jamás ha visto, al menos desde tiempos aztecas. Ninguno de los dos arquitectos -ambos eminencias no sólo a nivel nacional, sino internacional- ha cobrado ningún dinero por la inversión de tiempo que han hecho en el proyecto. Pero, a pesar de eso, se han reunido con más de 50 políticos, de todos los partidos y todos los niveles, para intentar convencerles que les apoyen. Hasta la fecha los políticos no han respondido. ¿Por qué no? "Es una muy buena pregunta", contesta González de León. "Nos la hacemos nosotros todos los días. Creo que lo que pasa es que no hay mentalidad para grandes proyectos. Los políticos parecen sólo ser capaces de pensar en lo inmediato. Pero aun así, vemos a los políticos, les hacemos nuestra presentación y casi siempre se entusiasman. Casi todos lo compran, parece. Pero ahí muere".
Kalach lo explica de otra manera. "Primero, una gran sonrisa. Después, ilusión. Y entonces, 'no, pues...¡qué hueva! ¿no?". Hueva es pereza. Que quizá sea otra forma de decir lo mismo que González de León, que no hay mentalidad para algo tan grande y ambicioso. Eso a su vez podría tener algo que ver con el famoso fatalismo mexicano, con aquella omnipresencia de la muerte en la mente nacional. Kalach, la persona menos derrotista del mundo, entiende esa explicación, pero no le convence. "Aquí lo que hay es demasiada irresponsabilidad y demasiada inmadurez. Hay que superar esa forma de pensar porque no nos lleva a ningún lado".
Y, mientras exista en México gente como Kalach, esa dejadez puede llevar a perder una gran oportunidad para una ciudad que se ha vuelto sinónimo mundial de catástrofe urbana, pero cuyo potencial fue, y podría volver a ser, extraordinario. Si la recuperación de los lagos generase aquel entusiasmo y amor por la ciudad del que habla González de León, eso a su vez podría desembocar en la recuperación de otros aspectos de la ciudad que se han desaprovechado o dejado echar a perder, como su centro histórico, el más grande de la América Latina colonial, y las magníficas pirámides de Teotihuacán, que colindarían casi con la ribera norte del nuevo antiguo lago. Sumando todo eso a las montañas, volcanes y bosques que reaparecerían, México tendría el potencial para transformarse en un polo de atracción turística internacional, para volver a ser lo que fue en tiempos aztecas, cuando aparecieron Bernal Díaz y Cortés, y lo que hoy por hoy parecería a primera vista un sueño imposible: una de las ciudades más hermosas del mundo.
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