Contraste de vidas

El piragüismo, como el remo, es un deporte de perfeccionistas natos que habitan en países desarrollados. Las potencias se entrenan en lugares como Gran Bretáña, Australia o Estados Unidos, capaces de albergar escenarios artificiales limpios de algas. Cuando los piragüistas hablan del estanque de agua en el que compiten lo llaman "pista" y la pista, obvio, debe ser lisa como un espejo para que se encuentren satisfechos. Si hay algas, fruncen el ceño porque restan centímetros en unas carreras que, al final, se ganan por décimas de segundo de diferencia.
"¿Has visto cómo las sacan? ¡Sacan las algas a mano!", exclamaba ayer un palista español, escandalizado, al ver el tipo de vida acuática que se desarrolla en el lugar donde hoy comenzarán las pruebas de piragüismo y la colosal tarea que afrontaban un grupo de hombres de piel oscura.
El deportista había visto que en la costa, sumergidos hasta la cintura, dos indios recogían filamentos. "Somos nueve indios, tres polacos y dos albaneses", dijo uno que se llamaba Jagjit; "los buzos cortan las algas del fondo con sierras y nosotros las sacamos de la superficie desde las cinco de la mañana hasta las siete de la tarde. Cobramos cinco euros por hora".
A cinco euros la hora trabajada y no se sabe si con espíritu olímpico, pero con la piel arrugada de tanta inmersión y los lomos negros, tostados por el sol, los operarios se enfrentaban a hectáreas de agua verde, plena de vida vegetal. Trabajaban bajo el puente que va de los hangares al aparcamiento mientras por arriba pasaban los fornidos remeros holandeses, los gigantescos estadounidenses, rebosantes de proteínas y medallas, y los musculados australianos de espaldas anchas como velas.
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