Un verano para olvidar
Se encendió agosto y con él todas sus pertenencias como este calor que ahoga los campos huérfanos de lluvia, el descanso de las aulas universitarias, el salón de los pasos perdidos, más perdidos que nunca, el perezoso vaivén de las olas llevándose con ellas la fatiga de millones de personas que escapan de su trabajo buscando inútilmente evitar un entorno que les persigue y sobre todo esta necesidad de desnudarse de obligaciones a fin de que nada robe un minuto de tu tiempo.
Confieso que a mí no me gustan especialmente las vacaciones estivales; más bien prefiero tocar el verano todos los días, aunque deba abrocharme por las mañanas la corbata de mi uniforme. Así dejaré que el sol cuente mis pasos tranquilos en la ciudad y que los silencios urbanos llenen mi cabeza con nuevas ideas que podré coser en otoño.
Recuerdo de mi infancia escolar que el final del verano siempre me pillaba con los deberes hechos y también todo un universo de propósitos que surgían en mi mes favorito, este septiembre maravilloso que recoge los colores de la maduración del estío y que se presta a dejarse ordeñar como los frutos de la vid que disfrutamos antes del frío.
Y es que no debemos dejar cosas por hacer, ni historias para contar, ni sueños en los que perderse. Es mejor disfrutar la vida en cada momento y mucho más cuando la plenitud de agosto pone ante nosotros el regalo de la salud y las imágenes doradas de la gente que se inventa cualquier pretexto, sólo para reírse o sumar un poco más de tolerancia ante la incerteza de todo.
Vale la pena gozar de estos grandes placeres de la vida pasiva y disfrutar la ausencia de este verdugo despertador que hasta puedes esconder en un cajón durante algunas semanas. No debes permitir que nada te perturbe a fin de que, por encima de todo, puedas dedicarte a tí.
No debes leer nada que te haga pensar demasiado, porque lo escrito por otros ni siquiera te pertenece. El verano es para estar con la gente que quieres, con tus amigos, contemplarte ocioso mientras te sientas en la puerta de tu casa o en cualquier terraza ajena con una cervecita y así, hasta puedes conseguir soñar despierto, creyéndote que reinas en tu vida.
Puedes perderte en tus deseos e imaginarte disfrutando aquellas cosas que te gustaría hacer, sin pagar por el esfuerzo.
Vale la pena que disfrute la diferencia, porque de la misma forma que examinarte y aprobar no tendría sentido sin la posibilidad de suspender, encontrarte unos días con tu vida, tampoco valdría la pena sin la posibilidad de poder levantarte después de reposar y salir corriendo para buscarla.
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