Un bozal para los perros que no muerden
Marta conocía por experiencia propia cómo se siente la culpa. Pero muchas veces se había preguntado qué era esa sensación: ¿un reflejo condicionado por la educación? ¿Un pensamiento? ¿Un sentimiento?
Todo parecía indicar que no era un verdadero sentimiento, sino una respuesta condicionada educativamente. Un subproducto antinatural inventado por nosotros y los que nos precedieron.
Pero por qué la educación es tan culpógena. Quizá si no sintiéramos culpa seríamos todos psicópatas, autoritarios, criminales antisociales. Quizá la culpa es una especie de bozal para evitar que nos mordamos los unos a los otros.
En todo caso, ella estaba segura de que no era la culpa la que la frenaba para cometer un asesinato o lastimar al prójimo. Parecía que si la metáfora del bozal era acertada, la culpa resulta ser un bozal que le ponen solamente a los perros que no muerden.
La culpa es el símbolo emblemático de la neurosis. Creo que la culpa no tiene nada de elogiable y no ha beneficiado a la humanidad en nada
Marta entró en su casa y fue directa a su ordenador. Esta vez tecleó sólo cinco letras
CULPA
... Seguramente junto a su hermano de nacimiento: el miedo, la culpa es el símbolo emblemático de la neurosis. Creo que la culpa no tiene nada elogiable y no ha beneficiado a la humanidad en nada. Más bien ha dañado mucho a muchos individuos y con ello ha producido enormes pérdidas desde el punto de vista social.
Si decidiéramos crear una nueva sociedad y partiéramos del preconcepto de un hombre esencialmente malo, dañino, cruel y destructivo, tendremos que crear los mecanismos para controlarlo (la represión y el castigo) y también por supuesto los mecanismos para que se autocensure (la culpa).
Pero si partiéramos de la idea de un ser humano esencialmente noble, generoso, amoroso, solidario y creativo, entonces no habría ninguna necesidad de inculcar la culpa ni educar represivamente.
Pues bien, está claro desde qué concepto del mundo y de la humanidad ha partido nuestra cultura, y está claro también que, partiendo de allí, la culpa sólo puede servir para conflictuarnos, volvernos más neuróticos y por tanto menos auténticos.
La secuencia del camino de la culpa es ésta:
Hago (o dejo de hacer) algo que daña (o imagino que daña) a otro o a otros (porque a mí me hubiera dañado).
Me hago cargo de haber defraudado al que esperaba otra cosa de mí (o imagino que él esperaba, porque en su lugar yo esperaría otra cosa de él).
Me juzgo sin piedad (como juzgaría a otros en mi situación) y me encuentro culpable del daño producido porque podría haberlo evitado (o me imagino que debería ser capaz de haberlo evitado).
Me condeno a cargar con mi propio desprecio (como te condenaría a ti en una situación equivalente).
En la medida en que cada uno de nosotros empiece a revisar sus propias exigencias, dejará de colocar la crítica y la acusación en el afuera, aprenderá a encontrarse responsable y no culpable y aceptará que no somos infalibles y en nuestros errores a veces lastimamos a los otros. Conquistará pues la posibilidad de perdonar y de perdonarse.
Ése será el primer paso. El segundo será dejar de compadecernos del sufrimiento de los "pobres" llorosos que aparentemente llevan sobre sus hombros la eterna tortura de la culpa y del miedo a ser juzgados. Debemos aprender que demasiadas veces, detrás de muchos de ellos se esconde un autoritario, exigente y omnipotente proyectando su dedo acusador en el afuera.
La culpa no es necesaria y se puede vivir sin ella.
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